Para hacer una pradera es necesario un trébol y una abeja
Un trébol y una abeja.
Y
un ensueño
Bastará solo con el ensueño,
Si abejas hay pocas.
Emily Dickinson
Hay jardines minimalistas como el de Emily Dickinson y el de Clara Obligado que caben en un poema o en
un libro de apenas 100 páginas. Jardines llenos de esplendor contenidos en el aroma de una flor de geranio que es capaz de convertirse en la madalena de Proust que despierta los recuerdos de Clara y nos llevará por una senda
de descubrimiento.
Jardines con el poder de desplegarse, a la vez, en el hemisferio sur y en el
hemisferio norte. Jardines mágicos que nacen en la mente, se cultivan con palabras, crecen entre líneas y florecen en pérgolas que unen las mentes de quien escribe y quien lee.
El de Clara Obligado está contenido en una obra con el título Todo lo que crece y el subtítulo Naturaleza
y escritura al que quizás habría que añadir” vida”: naturaleza, vida y escritura. Pero, Clara Obligado es una jardinera minimalista, condensa las palabras y funde la vida humana, su vida, en la naturaleza. Por eso
nos regala, para empezar, el minicuento Deseo de ser un indio de Kafka:
“Si pudiera ser
un indio, ahora mismo, sobre un caballo a todo galope, con el cuerpo inclinado y suspendido en el aire, estremeciéndome sobre el suelo oscilante, hasta dejar las espuelas, pues no tenía espuelas, hasta tirar las riendas, pues no tenía
riendas, y solo viendo ante mí un paisaje como una pradera segada, ya sin el cuello y sin la cabeza del caballo.”
Quiere Clara Obligado, como Kafka, convertir sus libros en “hacha que rompa el mar helado que llevamos dentro”. Entiende su deseo de ser indio como una celebración de la vida a pesar de la adversidad,
prescindiendo de ataduras. Solo dialogando con la naturaleza, convirtiéndose en paisaje. Y con humildad, sin olvidar que “somos monos capaces de poner nombre, seres abiertos al entusiasmo…un galope amplía nuestra conciencia,
la libera, un pájaro la hace volar”.
Ella es una poeta que escribe en prosa, que
maneja la escritura con precisión y no despilfarra los recursos literarios. Logra transmitir su mensaje, sus emociones y nos hace llegar la belleza de los jardines de su vida con el mínimo de recursos.
Lo logra, además, sin caer en tópicos que idealicen la vida en el campo ni la naturaleza. Mostrándonos lo que
esconden las pequeñas historias, deleitándonos con etimologías, reflexionando sobre grandes temas como el tiempo y el exilio. Descubriendo, para mí, las avenidas de Buenos Aires en noviembre llenas de jacarandás en flor y
al poeta Oliveiro Girondo. Reúne semillas y esquejes, los va plantando y nos regala joyas como estas:
“Planto ilusionada las
primeras frases y el texto genera fractales, las historias se abren como las ramas de un fresno, estructuro los relatos en espiral logarítmica, entrelazo, realizo una poda de formación…Basta con mirar las nervaduras de una hoja para tener
el diseño de un cuento”.
Un cuento que contiene un jardín con todo lo que
crece. Un jardín reducido a un trébol y una abeja. O a un sueño, abejas hay pocas. ¡El libro de Clara Obligado te está esperando!