Mi jardinero se llama Gilles, Gilles Clément, y es un sabio. Por eso conviene hablar con él sin escatimar
tiempo, prestando atención a su manera de mirar y actuar en el mundo que nos rodea. Sabe tanto que ha escrito varios libros, se dedica a viajar, investigar, enseñar y comunicar sus conocimientos. Es un auténtico filosofo de la naturaleza:
botánico, ingeniero agrónomo, paisajista, pensador y hombre de acción al que le sobra tiempo para cuidar su propio jardín, dedicarse a escribir ensayos y asomarse al mundo de la ficción.
Descubrir sus planteamientos te impulsa a abrir la mente, a proyectar una mirada nueva sobre el jardín interconectada con
el resto de los saberes y con las múltiples facetas de la realidad. En una entrevista Gilles ha dicho que “el jardín es un sueño, una cosa ideal, que se desarrolla dentro de un recinto que sirve para protegerlo y en cuyo centro
se configura lo mejor del mismo”. Esta definición no difiere mucho de la que hacen otros jardineros o paisajistas, pero encierra, si se le presta atención, la clave de una visión radicalmente nueva y lleva a crear una serie
de conceptos que replantean la visión del jardín.
Para él el primer jardín
es “alimentario". El huerto es el primer jardín, es atemporal, pues no solo funda la historia de los jardines, sino que la atraviesa y la marca profundamente en todos los periodos”. El fin más preciado del jardín,
el ideal que encierra está compuesto por las hortalizas, las frutas, los animales, las flores, en suma, el arte de vivir. Lo que se considera “lo mejor” va cambiando a lo largo del tiempo y transforma la configuración del jardín,
pero el fundamento permanece constante: acercarse lo más `posible al paraíso.
Es lógico
preguntarse, a partir de esta definición, qué es lo que se debe preservar, lo mejor del jardín en el momento presente. Lo mejor es la vida, la diversidad biológica, las especies vegetales y las animales. Debe prevalecer el enfoque
biológico sobre el enfoque arquitectónico, la visión del jardinero sobre la visión del paisajista. “La vida que se desarrolla en ellos, al estar amenazada, se convierte en el argumento principal de las disposiciones”
y las prioridades de antaño: la perspectiva, disponer los paisajes como cuadros, componer los macizos, organizar fiestas y pasatiempos, pasan a un segundo plano.
Ahora el jardín se debe entender como un espacio para la vida que se adecua a cada terreno, a cada clima, a las características del suelo y la gente que vive en él. Hay
que verlo como un medio para descubrir la naturaleza en vez de como un instrumento para esclavizarla. El mantenimiento del jardín, tradicionalmente, ha consistido en sacar del terreno las plantas que no se quieren, en la utilización de productos
químicos como herbicidas y contra las plagas: en la sustracción y la negación. Pero se puede trabajar de otra manera: sumando. Respetando las plantas que aparecen y permitiendo su movimiento físico. Dejando que el pájaro,
la libélula y el viento lleven las semillas y estas germinen en el lugar más apto. De esta forma surge el jardín en movimiento, un jardín en el que hay unas plantas que están y otras que van a llegar, que
cambia con las estaciones y de un año para otro. Un espacio en el que es posible combinar la estética de paisajes y parques, a la que estamos acostumbrados, con el equilibrio de un ecosistema. ¿Cómo? Conservando la diversidad
y aumentándola, utilizando la energía propia de las especies, haciendo todo lo posible “con” y no trabajando “contra”.
Gilles Clément, como fruto de su experiencia viajera, ha desarrollado el concepto de jardín planetario. Ha visto el mundo como un inmenso jardín cuya
biodiversidad es preciso conocer, censar y proteger como garantía de futuro y donde todos somos jardineros y responsables de su conservación. Los límites de la biosfera se perciben como el recinto del jardín planetario.
El tercer paisaje es el “fragmento irresoluto del jardín planetario”
constituido por la suma de los espacios abandonados urbanos o rurales, terrenos baldíos agrícolas, industriales o turísticos. A estos paisajes abandonados, debemos sumar los bosques primarios, las altas cimas, las reservas naturales y
los espacios sagrados; espacios, que como los anteriores, son residuales, no están sujetos a las decisiones del ser humano y reúnen una diversidad biológica que no siempre se entiende como riqueza. El tercer paisaje está formado
por lugares, grandes o minúsculos, donde se refugia la biodiversidad que no puede instalarse en otras partes. Son terrenos que se pueden convertir en bosque o selvas con el tiempo.
Escuchando a Gilles Clement descubrimos la posibilidad de cambiar la escala de observación del jardín. Del espacio que rodea la casa o palacio, del parque público
y de los espacios acondicionados para el ocio y la formación, pasamos a concebir el jardín como el conjunto del planeta Tierra con una biodiversidad que todos debemos estudiar y proteger. A través de sus clementes ojos vemos un planeta-recinto
en el que debemos preservar lo mejor como se hace en los jardines: la vida.
Mi jardinero sabio nos
ayuda a no olvidar que tenemos una gran responsabilidad: cuidar nuestra diversidad mirándola con el microscopio y con el telescopio. Ser clementes con un liquen, que encierra un jardín, y con la Tierra, nuestro paraíso paticular.
¡Todos somos jardineros, tu y yo también!