“Acaso la única manera de alcanzar la meta que se fijado el feminismo sea hacer como Jane Laudon, Gertrude Jeckyll, Vita Sackesville-West…,
y convertir el campo de batalla en un jardín y su cuidado en una declaración de independencia.”
Santiago Beruete
Estamos en Gran Bretaña, corren las últimas décadas del s. XIX. Una burguesía adinerada (gracias
a la industrialización), cosmopolita y refinada, añora la naturaleza que ha contribuido a destruir y está inmersa en una corriente cultural que ha hermanado la tradición paisajista con la pintura y la poesía. A todo
esto, se une una auténtica fiebre botánica estimulada por la llegada de plantas exóticas desde los distintos rincones del Imperio.
Un grupo de mujeres, de esa misma burguesía, ha decidido, desde hace unas cuantas décadas, convertir sus jardines en jardines propios y unir ese propósito al de vivir
al margen de las convenciones sociales. Estamos hablando de Jane Luodon (1807-1858) que publicó, bajo seudónimo una novela que le permitiría conocer a John Laudon, casarse con él y, levantar juntos una empresa familiar dedicada
a publicar revistas especializadas y libros de botánica, horticultura y diseño de jardines destinados a todo tipo de lectores. De Gertrude Jekyll (1843-1932), la primera diseñadora profesional de jardines. De Vita Sackesville-West
(1892-1962) que construyó Sissinghurst, uno de los jardines más notables de Inglaterra y el Jardín Blanco, tantas veces imitado. De la escritora norteamericana Edith Wharton (1862-1937), pero europea de adopción,
que se implicó en el diseño de de su jardín. Y de Beatrix Jones Ferrand (1872-1959) que tomó el testigo de la señora Jekyll y se convirtió en la primera paisajista en la otra orilla del Atlántico.
Las únicas mujeres que habían figurado hasta entonces en la historia oficial de la jardinería
habían pertenecido a la realeza o al sector más alto de la aristocracia: Catalina de Médicis, Luisa Ulrica de Suecia, la emperatriz Josefina o la duquesa de Osuna, artífice de El Capricho, primer jardín inglés en España.
Gertrude Jekyll estudió Bellas Artes, quería ser pintora, crear obras llenas
de luz y color como las de los impresionistas franceses, dedicar su vida a pintar jardines como los de Manet. Trabajó varios años con Williams Morris en el diseño de esas telas y decoraciones llenas de plantas, flores y pájaros
del el estilo Arts & Crafts. Serios problemas de visión, la obligaron a tomar una gran decisión con solo 35 años. Tuvo que sustituir lienzos y caballetes por superficies de otra escala, volcar su creatividad en el paisajismo, pintar
con flores y calzarse las botas. Se unió, profesionalmente, con Edwin Lutyens, un joven arquitecto con el que compartía los ideales del movimiento Arts & Crafs.
La primera obra de Jekyll es el jardín de su casa en Munstead Wood (Surrey). Este proyecto, en el que colaboró el arquitecto Lutyens, será el primero de una larga
serie que llevaran a cabo desde 1888 hasta la primera Guerra Mundial. En ellos, esta mujer, logó romper los moldes establecidos e imponer sus propios gustos. Nos cuenta Santiago Beruete en Verdolatría:”bajo
el disfraz de una solterona enfundada en un discreto vestido de tafetán negro, con el pelo entrecano recogido en un rodete y una gafas ovaladas de montura metálica, como aparece en las fotografías de la época, se escondía
una mujer más independiente que la mayoría y sensible como pocas que, si bien renunció a ser esposa y madre, dejó tras de sí una prolija descendencia para la posteridad. Al final de sus días, con cerca de setenta años,
había diseñado alrededor de cuatrocientos jardines y había publicado una docena de libros e innumerables artículos en revistas especializadas como Country Life y The Garden”.
Son tres las aportaciones principales de Jekyll al paisajismo. En primer lugar sus composiciones vegetales en mixed-borders
de extravagantes combinaciones cromáticas que la relacionan con el trabajo de Monet, otro pintor-jardinero, en Giverny. Estas composiciones, aúnan plantas de colores, alturas y follaje diverso que se conjugan con el formalismo de
los muros y parterres diseñados por Lutyens creando una unidad llena de encanto.
En segundo
lugar, Gertrude, introdujo en los jardines plantas y flores silvestres como campanillas blancas, narcisos, malvas y aguileñas. Al tiempo que valoró las cualidades ornamentales de hortalizas como el ruibarbo, la calabaza, la judía y la
alcachofa. Perfeccionando, así, el concepto de cottage garden como arquetipo duradero. Sus singulares combinaciones botánicas inspiran muchos jardines contemporáneos.
Y en tercer lugar, es suya la idea de entender el jardín como una habitación al aire libre y como una proyección de la vivienda.
Expresa las correlaciones entre interior y exterior, entre público y privado, características de la jardinería Arts & Crafts.
La norteamericana Beatrix Ferrand contribuyó a multiplicar el influjo de Gertrude Jekyll en el tiempo y en el espacio, ya que evitó la destrucción de sus planos de plantación y las
notas que los explican, y difundió sus ideas en Estados Unidos.
Jugando con el título
del ensayo de Laura Sanz*, podemos terminar diciendo que Gertrude, desde su jardín, logro conquistar el espacio público. Pasaron muchos siglos desde que el pintor flamenco Barthelemy Eyck (1415-1472) pintara
Emilia en su jardín, pero, por fin, Gertrude Jekyll consiguió salir y otras la siguieron. Juntas, estamos convirtiendo los campos de batalla en jardines.
*SANZ, LAURA (2011): “Emilia sale de su jardín: la silenciosa conquista del espacio público por las artistas de la casa” en
Historia del pensamiento en torno al género, Universidad Carlos III de Madrid.