Antón Chejov siempre se encargó de cuidar de su familia. Su abuelo había sido siervo y tuvo que trabajar duro para comprar su
libertad en 1841. Su padre tenía un pequeño comercio de ultramarinos, pero se arruinó. Desde muy joven Antón se ocupó de sus padres y hermanos, por ellos impartió clases particulares, escribió cuentos
para revistas y estudió medicina. Para ellos compró La Cómoda, la casa en la que vivieron en Moscú.
Cuando pudo, se encargó de la adquisición y reforma de una pequeña finca en Mélijovo, a unos 60 Km. de la capital. Allí preparó un pabellón como estudio
para escribir y contemplar los cerezos y manzanos. También se encargó personalmente del huerto y del jardín. Era el lugar ideal para recibir a sus amigos intelectuales y artistas, para viajar a Moscú, ir al teatro y encargarse de
sus asuntos literarios. En Mélijovo vivió los mejores seis años de su vida.
Clara
Usón crea en El viaje de las palabras, un personaje femenino que nos cuenta como Antón trabaja en el jardín de Mélijovo, escribía y se encargaba de su familia. Viajar en las palabras
del relato de Clara Usón es una de las mejores maneras de conocer la multifacética personalidad del escritor. La guía que actualmente muestra a los turistas
y admiradores del escritor la finca, afirma que de no haber sido escritor, Antón, hubiese sido jardinero. Mélijovo era su oasis en el desierto del mundo, el lugar donde se consagró como escritor de teatro y donde el jardín se convirtió
en la fuente de inspiración para crear sus personajes.
Para Chejov, ética y estética
estaban unidas. Amaba el paisaje ruso, los campos y los bosques. Le gustaba cuidar su jardín de Mélijovo. Sus personajes más interesantes están vinculándolos a los árboles y a la tierra. En El tío
Vania, Astrov, que parece el alter ego del escritor, es uno de los personajes principales, quizás el más positivo, es médico y está profundamente interesado por la reforestación, dice:
“Cada día hay menos bosques, los ríos se secan, la caza desaparece, el clima se ha deteriorado y la tierra se vuelve más pobre y más fea
(…) cuando paso cerca de los bosques que he salvado de la tala o cuando oigo rumorear las hojas de un bosque joven plantado por mis manos, tengo conciencia de que el clima está también un poco en mi poder y de que si el hombre llega
a ser feliz allá, dentro de mil años, también habré contribuido un poco a ello…”
En Las tres hermanas, Natacha, la cuñada, se apropia de la casa familiar y los sueños de sus dueñas y proyecta talar los árboles, en último acto piensa satisfecha:
“De manera que mañana ya estaré sola aquí (suspira). Lo primero de todo mandaré talar esa avenida de abetos, y luego
ese arce…resulta de lo más feo al anochecer…”
El Jardín
de los cerezos termina con esta acotación:
“(Como si callera del cielo, se escucha un sonido lejano, trémulo
y triste, parecido al de la cuerda de algún instrumento que se rompe. Y se hace el silencio, alterado tan solo por los hachazos que alguien descarga, a lo lejos, contra los cerezos del huerto.) Telón”
Los personajes de este escritor son sensibles, tienen grandes ideales pero no son capaces de su realización, presentan un
punto de vista escéptico pero lleno de belleza. Son como él, capaces de invertir todas sus fuerzas en mejorar una realidad que se muestra inamovible. Antón Chejov no fue solo un gran escritor de relatos
y de teatro. Tenía otra profesión, estudió medicina y como médico atendió a escritores pobres y a campesinos sin recursos. Costeó la puesta en marcha de escuelas rurales, bibliotecas y caminos. Viajó a la isla-presidio
de Sajalín y escribió un ensayo (publicado por capítulos entre 1893 y 94 en una revista) sobre las condiciones de vida de su población, compuesta de presidiarios, confinados políticos y sus familias, evidenciando las penosas
condiciones de vida de los niños y muchachas jóvenes lanzadas a la prostitución.
Antón
Chejov fue un filántropo que quería cambiar el mundo y vivió poco tiempo. En Mélijovo creó un jardín lleno de árboles y flores donde antes solo había abandono. Su enfermedad lo obligó a vender
ese paraíso y trasladarse a Yalta (Crimea) donde el clima parecía más favorable, pero no se pudo recuperar. Murió de tuberculosis en la primavera de 1904, con 45 años, antes de que comenzaran los grandes cambios políticos
y económicos que viviría Rusia en el siglo XX.
Su vida fue como el jardín
de Mélijovo, prolífica y generosa, llena de ilusiones pero triste, corta pero hermosa.