Las ciudades son construcciones históricas, se forman a lo largo del tiempo por la yuxtaposición de piezas, constituidas por tramas,
que responden a las necesidades sociales y económicas, a las posibilidades técnicas y a los planteamientos culturales de cada época. El plano presenta todas esas tramas ante nuestros ojos y es el mejor instrumento para entender la ciudad.
Gijón, a través del plano, como otras ciudades españolas de su tamaño, nos cuenta
la historia de nuestro país sin olvidar las peculiaridades de su localización geográfica y del contexto de una región como la asturiana. Solo tenemos que saber leer, que familiarizarnos con el lenguaje de las calles, manzanas, zonas
verdes y espacios industriales representados en dos dimensiones en un pliego de papel.
El cerro
de Santa Catalina es la pieza clave que da carácter a Gijón. Por una parte, se puede ver como el baluarte de una muralla que separa en dos partes la bahía que se extiende entre dos cabos: el de Torres y el de San Lorenzo, en poniente un
gran arenal (Natahoyo y Jove) y en oriente, otro arenal, el de San Lorenzo, hasta la desembocadura del Piles.
Por otra parte, ese cerro que se adentra con sus pendientes abruptas en el mar, es el punto de partida de Gijón: una pequeña población que extiende su caserío en la parte meridional para protegerse de los
vientos del nordeste. Hacia el sur encontramos las elevaciones de Ceares, El Real y El Coto de San Nicolás, entre las que se extendían extensas áreas inundadas.
El crecimiento físico de la ciudad estuvo siempre limitado por la necesidad de secar las zonas pantanosas. En primer lugar las arenas del tómbolo que unía
el peñasco del cerro con tierra firme. Más tarde la zona del Humedal y el barrio de la Arena, y ya en el s. XX la desembocadura del Piles, la canalización y la construcción del parque de Isabel la Católica.
El motor de crecimiento espacial y poblacional de Gijón fue la industrialización. El desarrollo
de la minería del carbón en el s. XIX en la cuenca central y el trazado de infraestructuras de transporte hacía el puerto facilitó la instalación de fábricas en la ciudad. Después, la localización
de empresas siderúrgicas en el valle de Aboño, relanzó el crecimiento de Gijón durante el s. XX.
La respuesta a las necesidades de vivienda, se tradujo en nuevos trazados como el Ensanche decimonónico de La Arena (iniciado en 1867) y la ciudad-jardín del Coto (1898). Durante este siglo y el siguiente fueron creciendo los
barrios obreros en la zona occidental y en el sur, pensemos en La Calzada y El Llano, mientras que la zona oriental se configura como área residencial de clases medias y altas. La expansión hacia el sur sigue hasta el s. XX y el XIX a través
urbanizaciones como Pumarín, Nuevo Gijón, Montevil y Nuevo Roces.
En el Museo
Barjola se puede disfrutar de la exposición La construcción histórica de la ciudad de Gijón hasta el día 31 de mayo, para comprender el lenguaje del plano como instrumento privilegiado de
interpretación. Esta exposición forma parte de un proyecto interdisciplinar más amplio de investigadores de la Universidad de Oviedo (VRBE II). No podemos perder la oportunidad de contemplar los planos y las fotografías de los distintos
momentos históricos. Especialmente en un momento como este, en el que nos debatimos por el futuro de la ciudad.