Los árboles están cerca, están en la calle, en la plaza, en el parque, en
los alrededores de la ciudad. Tienen muchas cosas que contarnos. Los secretos de la vida, la fotosíntesis, la complejidad de las relaciones entre los seres, su papel en el paisaje, sus beneficios para la salud en el medio urbano, sus posibles propiedades
medicinales, su valor económico, sus posibilidades poéticas y filosóficas. Los árboles pueden dar lecciones de química, de biología, de geografía, de literatura, ecología, de historia, de arte, etc. Ya
que la botánica no está en el currículo académico, conviene reaccionar contra nuestra lamentable ignorancia respecto a las plantas, viendo las vinculaciones que estos representantes del reino vegetal, tienen con el resto de las
disciplinas, ya que todas se han mirado en los árboles.
Por otra parte, los árboles son un instrumento fundamental a través del que abrir la mente al conocimiento desde una perspectiva multidisciplinar. Los árboles pueden favorecer el
encuentro entre los distintos saberes aislados. Y además, unir el enfoque científico con la experiencia vivida y con la expresión artística.
Los árboles ejemplifican claramente la diferencia entre los conocimientos superficiales y los más profundos a través
de la metáfora de sí mismos. La mayoría de las representaciones de los árboles son incompletas, se refieren a la base del tronco y una parte de la copa. Se olvidan las raíces y se desestima, por lo tanto, su tamaño
proporcional. Es como si para representar una persona prescindiéramos de las piernas, los hombros y la cabeza.
Francis Halle, botánico que ha dedicado su vida al estudio de los árboles, manifiesta, además,
la incapacidad de nuestro lenguaje para captar la realidad de los árboles. No es suficiente con catalogarlos y describirlos, habría que transmitir aspectos sensoriales que solo pueden percibirse con el contacto directo y a través de la
poesía. Está de acuerdo con el escritor John Fowles cuando dice de los bosques:
“En cierto modo, los bosques son como el mar, demasiado diferentes e inmensos en cuanto a sus desafíos sensoriales,
así que, al final, todo lo que podemos es captar la mera superficie o atisbar un brevísimo destello. Ningún visor, ningún papel, ni ningún lienzo pueden atraparlos. Imposible enmarcarlos. Y las palabras son igualmente fútiles,
demasiado complicadas y manidas para poder capturar la realidad.
Por su fuera poco todo lo anterior, en estos tiempos en que triunfa la tecnociencia, somos completamente incapaces de construir un edificio que tenga las mismas propiedades tecnológicas que un
árbol.
Esbozo
algunas de las muchas posibilidades educativas de los árboles saliendo a las calles de Gijón, nuestra ciudad:
- Distinguir los árboles autóctonos y los más frecuentes en los espacios urbanos.
- Podemos ver ejemplos de plantas epifitas que se desarrollan en otra planta sin parasitarla como los helechos que encontramos en los troncos de muchas palmeras canarias.
- Observar el proceso de reiteración traumática. En el Parque de El Lauredal, hay un tronco de arce seco que se
salva haciendo aflorar desde sus raíces un nuevo ejemplar o clon. En este caso, además, un laurel crece en el tronco del árbol que se secó.
- Observar especies poco habituales en nuestras latitudes como el ginkgo biloba, único superviviente de su género, familia y orden. Se considera un fósil viviente. Un año
después de la explosión de la bomba atómica en Hiroshima, un ginkgo destruido y seco volvió a brotar.
- Conocer que algunos árboles como el plátano de sombra son más resistentes en condiciones de alta contaminación atmosférica o que otros absorben grandes cantidades de CO2 como el kiri (paulownia o
árbol emperatriz).
- Comprender el concepto de ecosistema. En un árbol encontramos un mundo:
líquenes, hongos, insectos, reptiles, mamíferos, y aves. Los árboles enseñan a ver el bosque.
- Un castaño cuenta la historia a través de su fruto, las castañas, que sirvieron durante siglos como alimento. Otros árboles tienen otras historias que contar.
Un aspecto que
debe estar siempre presente al utilizar las posibilidades didácticas de estos seres, son los siete grandes beneficios socioeconómicos y ambientales de los árboles en el entorno urbano según la agencia Habitat
(Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos):
1- Los árboles desempeñan un papel importante en el aumento de la biodiversidad urbana.
2- Un árbol maduro puede absorber hasta 150 Kg. de gases contaminantes al año. Son fundamentales en la mitigación del cambio climático y hacer de las ciudades lugares más saludables para
vivir.
3- Los árboles grandes son excelentes filtros para contaminantes urbanos y partículas
finas como el polvo, la suciedad o el humo del aire.
4- La ubicación estratégica de los
árboles puede ayudar a enfriar el aire entre 2 y 8 grados centígrados. Pueden reducir, situados junto a los edificios, la necesidad de aire acondicionado en un 30% en verano, y reducir las facturas de calefacción en invierno entre un 20
y un 50%.
5- Las investigaciones muestran que vivir cerca de espacios verdes y tener acceso a ellos puede
mejorar la salud física y mental, por ejemplo, a disminuir la presión arterial alta y el estrés.
6- Los árboles maduros regulan el flujo de agua y desempeñan un papel clave en la prevención de inundaciones y la reducción de desastres naturales.
7- La planificación de paisajes urbanos con árboles puede aumentar el valor de una propiedad hasta un 20%, y atraer el turismo y los negocios.
Las posibilidades de los árboles en la educación
son incontables, no solo son muchas, sino, que están interconectadas unas con otras y con la vida. El árbol está íntimamente mezclado con nuestra vida, con nuestra historia, con nuestra visión del mundo e incluso, con nuestro
origen como especie. Para nosotros el interés en el árbol se extiende más allá del extremo de sus ramas y más profundamente que sus raíces. ¡Salgamos a la calle con las niñas y los niños y estudiemos
con los árboles!.