El poeta os tiende la mano para conduciros más allá del último horizonte, más arriba de la punta de la pirámide,
en ese campo que se extiende más allá de lo verdadero y lo falso, más allá de la vida y la muerte, más allá del espacio y el tiempo, más allá de la razón y la fantasía, más
allá del espíritu y la materia.
Allí ha plantado el árbol de sus ojos y desde allí contempla
el mundo, desde allí os habla y os descubre los secretos del mundo.
Vicente Huidobro (fragmento de una conferencia)
Había una vez, hace casi un siglo, un poeta que cuando quería
escribir un poema creaba un árbol. Se llamaba Vicente Huidobro y se había propuesto amar la naturaleza sin imitarla, amarla creándola con sus versos, devolviendo a las palabras todo su poder como artífices
del universo. Había una vez un poeta que tenía la ambición de ser dios ante el papel en blanco creando con su pluma la estrella, el mar, el cielo, los pájaros, los árboles,...para dar cauce a sus emociones.
Había un poeta que nació en Chile en 1893, se llamaba Vicente Huidobro y no llegó a cumplir los cincuenta años.
Vicente Huidobro viajo a París para encontrarse con otros artistas. Allí, en 1916 y 1917, encontró un ambiente artístico en el que bullían nuevas ideas, conoció
a los pintores Modigliani, Picasso, Juan Gris, Picabia, Miró, Ernst, y se hizo amigo del poeta francés Reverdy. Con él, con Reverdy, da forma al
creacionismo como perspectiva poética en la que se integran aportaciones de las distintas vanguardias artísticas del momento, del cubismo, del dadaísmo y del surrealismo. Publicaron la revista Nord-Sud en la que escribieron Apollinaire, Aragón, Breton, Cocteau y Tzara, entre otros.
Huidobro escribe poemas-árboles extensos de carácter lírico, con los versos unidos sin coherencia aparente, libres, sin puntuación ni nexos gramaticales. Las palabras
tienen valor simbólico, incluso mágico y se unen entre sí en un orden insólito. Dice el poeta que tiende "hilos eléctricos entre las palabras y alumbra de repente rincones desconocidos y todo ese mundo estalla en fantasmas
inesperados". Llaga a fundir palabras creando otras nuevas como muervida, o deconstruye las palabras en sus componentes para luego sugerir palabras nuevas con significados nuevos:
El meteoro insolente cruza por el cielo
El meteplata el metecobre
El metepiedras en el infinito
Meteópalos en la mirada
Ciudado aviador con las estrellas
De esta manera logra un efecto humorístico que divierte y dibuja sonrisas, pero no se queda ahí, va más allá, hacia versos que no se leen, se pronuncian, son palabras inventadas
con el sistema fónico castellano y con un ritmo que crea la ilusión de poesía:
Tempovío
Infilero e infinauta zurrosía
Jaurinario ururayú
Montañendo oraranía
Arorasía ululacente
Semperiva
Y
une estas palabras, fundidas e inventadas, con juegos onomatopéyicos verdaderamente divertidos:
El
pájaro tralalí canta en las ramas de mi cerebro
Porqué encontró la clave del eterfinifrete
Rotundo como el unipacio y espaverso
Uiu uiui
Tralalí tralalí
Aia ai aai i i
Todos los poemas de Huidobro nacen como árboles, pero bastantes están construidos con la palabra árbol y todas las profundas resonancias
de pureza, paraíso, tierra que hay tras esta palabra. Son poemas alegres pero tienen un regusto amargo en el que parece anidar la angustia. Altazor, Temblor de cielo, Ver y parpar y Ciudadano del olvido contienen este tipo de poemas.
Entre ellos hay dos, el canto final de Altazor y el titulado Poema para hacer crecer un árbol del poemario Ver y palpar que tienen una significación especial. En el primero se repite el verso: Silencio la tierra
va a dar a luz un árbol y termina: La tierra acaba de dar a luz un árbol. El segundo parece desarrollar el mismo canto, como si se tratase de darle continuacón:
(…)
Un cielo para cada rama
Una estrella para cada hoja
Un río para llevarse la memoria
Y lavarnos los recuerdos como una distancia
Una montaña un cuerpo de mariposa inmóvil
Un arcoíris dejando una nube de polvo tras sus pasos
Sube
rama
Sube por tu centro obscuro
Por tu viento de
tubo que se expande
Por tu virtud de amor que se enfurece
(…)
Sin ser pintora siento el impulso de pintar o dibujar las imágenes de árboles
que se crean nítidamente en mi mente (¿o acaso en mi espíritu?). Ante la dificultad, intuyo que algunos podrían hacerlo y otros ya lo han hecho. Tendría que repasar la obra de Chirico, Chagal, Miró y Magritte, por ejemplo. Pero ya sé que lo ha conseguido Remedios Varo con su Jardín del amor, o que podría hacerlo Ángeles Santos como lo hizo para un poema de Juan Ramón Jiménez. El poeta Corredor-Matheos une a Huidobro (¿lo hará conscientemente?) con Joan Miró al atribuirle, con los pinceles, los poderes que Huidobro tuvo con la pluma.
Hace crecer los árboles
da cuerda a las estrelas
convoca a las hormigas,
despunta las espadas,
da rienda suelta la sueño.
¡Salimos a buscar el árbol de Huidobro en el jardín que nos rodea
y en el jardín del arte!