Mi primer apellido es Morales. En el diccionario tiene dos acepciones. Es el plural de la moral, la ciencia que trata del bien
general, de las normas por las que se rige el comportamiento de las personas en sociedad y su relación con todo lo que les rodea. Y también, el plural del moral, árbol de la familia de las moráceas. No tuve nunca muy claro a cual
de los dos sentidos se refería el apellido, pero pensándolo bien, ambos están relacionados. Sin duda, mi apellido está unido a los dos significados, es moral dos veces.
El moral o la morera, tanto en la variedad blanca como negra, procede de Asia, pero resulta difícil precisar su origen concreto, ya que no se conocen poblaciones en estado
natural. Se trata de árboles cultivados desde hace muchos siglos, de árboles ligados a las agrupaciones humanas por sus utilidades simbólicas y económicas. Los morales son los árboles más sociales, más vinculados
con los intereses de las comunidades. La seda, ese tejido tan apreciado desde la antigüedad, sinónimo de lujo, delicadeza y suavidad, es responsable, en parte, de la asociación de los morales con los humanos.
Las hojas del moral son la base de la alimentación del gusano de seda. Dice la leyenda que fue Luo-Zu, la mujer de Huangdi, considerado el centro
de la tierra en la mitología china, quien enseñó a los chinos a tejer la seda de los gusanos. Quizás sea por eso que esa técnica de carácter divino se guardara como un tesoro que permitía mantener a China
el monopolio de la producción de la seda. En el s.VI unos sacerdotes, en misión evangelizadora, consiguieron sacar gusanos y semillas de morera escondidos en bastones. A partir de ese momento el cultivo de moreras se popularizo y se extendió
por toda la cuenca mediterránea para producir seda.
En el caso de la península Ibérica
los morales no están solo relacionados con la producción de seda, son además lugares de encuentro. Son la sombra bajo la que se reunían los vecinos para tomar decisiones relacionadas con el interés de la comunidad. Por eso
encontramos morales en las plazas y junto a las iglesias. Se usaron también como señalización de frontera entre España y Portugal, pero no para separar, sino para unir. Marcaban el punto de encuentro en los días de fiesta
de mozas y mozos de los dos lados. En algunos lugares, el dinero obtenido por la venta de las hojas de los morales del pueblo, para alimento de los gusanos, se destinaba a la iglesia o al concejo.
El moral, por su porte elegante y su sombra, acompaña a los paseantes en los parques. Junto a muchas escuelas se cultivaron morales con una finalidad didáctica.
Los maestros podían explicar las fases de desarrollo de las orugas y la producción de un tejido como la seda.
Por si todo esto fuera poco, los morales tienen otras utilidades que estrechan sus lazos con el género humano. Su fruto es muy apreciado para tomar crudo, especialmente la mora negra. Se elaboran deliciosas confituras y jarabes con propiedades
medicinales para las inflamaciones de la boca y la garganta. La raíz sirve como laxante. La corteza se aprovecha en forma de fibras para fines textiles. La madera es apreciada por su resistencia y sus cualidades decorativas, se usa para carretería,
ebastinería, tonelería y para mangos de herramientas.
En resumen, el moral o la morera están
profundamente unidos a los intereses de los vecinos, forman parte del paisaje de los pueblos y aldeas, resguardan los lugares más apreciados para las reuniones, para las celebraciones y el descanso. Fueron, más que son, fuente de recursos por
sus hojas, sus frutos, su corteza y su madera. Los morales son la metáfora viva de esa ciencia que trata del bien general, entendido de una forma amplia, en la que lo social, lo cultural y lo natural se engarzan
como partes de una joya que se manifiesta en el brillo morado de los frutos y los resplandores verdes y blancos de las hojas.