Érase una vez una niña y un niño que vivían en Florencia y eran muy amigos.
La niña, Amara, era italiana, pobre, hija de un artesano y de una madre muerta prematuramente. El niño, Emmanuel, era judío, de origen austriaco, rico, hijo de un industrial y de una actriz retirada. Juntos jugaban en las ramas de un cerezo
que daba unas cerezas con regusto amargo, quizás como presagio de las dificultades de su porvenir. En el cerezo tenían su mundo particular, su paraíso. Seguro que soñaron con vivir su amor en las copas de los árboles como
Viola y Cósimo, los protagonistas del Barón Rampante, lo hicieron en circunstancias muy diferentes en los bosques de Ombrosa. Con el paso del tiempo, en la mente de Amara, el árbol se convertirá en la alegoría
de la felicidad perdida.
Curiosamente, cuando otras familias judías buscaban la forma de salir de Alemania
y de los países en los que Hitler puso los ojos o consideró integrantes de la gran patria alemana, los padres de Emmanuel deciden regresar a Viena. De allí, los niños mantienen su amistad a través de las cartas que se escriben,
hasta que Emmanuel, completamente inmerso en el corazón de las tinieblas, en 1943, deja de escribir.
Años después, en 1956, Amara decide emprender un viaje por los países que han quedado al otro lado del telón de acero para, buscando el rastro de su amigo, encontrar el rumbo de su propia vida. El viaje lo hace como corresponsal
de un diario florentino, para hacer una crónica de la vida cotidiana en los países de la órbita soviética. Mientras busca a Emmanuel encuentra en el tren a Hans, el hombre con una fila de gacelas corriendo en el sueter.
Esta novela, El tren de la última noche, escrita por Dacia Maraini,
no termina como un cuento. No hay un encuentro feliz entre los antiguos amigos, ni Amara consigue hallar los vientos favorables que encaucen su viaje interior. El futuro se abre frente a ella como una flor precoz que ha percibido el primer rayo de sol,
pero que podría acabar congelándose en el tallo. Porque la primavera no ha llegado aún y ese rayo de sol no es más que un engaño. Porque el cuento no se ha terminado con la páginas de la novela, quedan muchas
páginas por escribir en la vida de Amara, y quizás también, en la de Emmanuel.