Cuando Huysmans, en las postrimerías del siglo XIX, describe la Salomé de Moreau, enumera cada detalle del
escenario arquitectónico, la situación del mobiliario, el ambiente lleno de olores y perfumes embriagadores, el sonido de la guitarra, la postura hierática y la mirada lasciva de Herodes, para pasar a mostrar los pasos del baile de Salomé:
“los senos le ondean y, al contacto con los collares agitados, sus puntas se yerguen; en la piel húmeda de sudor los diamantes se pegan con todo su brillo; los brazaletes, cintos y anillos escupen centellas…”. Va
más allá del cuadro presentando a una diosa de la belleza, la lujuria y de la perdición. Da un salto, desde la joven bailarina que llena de deseo y gozo a un rey con la torsión de sus caderas, a la divinidad simbólica
que maneja perversamente los actos de los hombres. Construye, de este modo la biblia del decadentismo e inspira a otros artistas que ven la materialización de su relato en la pintura de Moreau. Este amante del arte completa
la obra del pintor e influye en la visión del observador que sigue reconstruyendo en su mente la escena sugerida.
La Salomé pintada por Moreau en distintas versiones, en distintos decorados y épocas multiplica su poder de seducción a través de la palabra escrita: armada con la coraza de belleza y libidinosidad de las
palabras se convierte en un ser satánico. El espejo de Huysmans es más sugerente que la pintura de Moreau. El poder de la palabra se reafirma si tenemos en cuenta que una de las lecturas favoritas del pintor es Salambó de
Flaubert.
Oscar Wilde escribió un relato sobre la Salomé bíblica inspirado
por los distintos cuadros de Moreau. El también la imagina con el cuerpo desnudo y sudoroso, cubierto de joyas bailando ante el monarca. La concibe, más como una fuerza divina de la perversidad, que como una mujer caprichosa, lujuriosa
y cruel. Cuando escribe, no mira el cuadro, se fija en el espejo y en sus oídos están los ecos del relato de Huysmans. La Salomé de Wilde se publica con ilustraciones de Beardsley que opone el poder de la
línea a los excesos decorativos de Moreau.
Con esta sinfonía de sonidos y ecos,
de realizaciones y espejos, se consigue añadir al sentido moral del episodio bíblico, una actitud misógina que condena y teme la sexualidad de las mujeres. Por eso identifican la seducción femenina, de esa fuerza de la naturaleza
engrandecida por la cultura, con la perversidad de Salomé.
Las palabras de Huysmans
y la pintura tuvieron en mi juventud, cuando estudiaba las vanguardias artísticas, poder de seducción, pero su efecto fue el contrario: el sexo es una fuente de placer para mujeres y hombres. En mi caso, y también en el de mis amigos,
pasaron a integrarse dentro de una madeja con muchos hilos de colores y materiales diversos que permitía tejer, con las agujas de la naturaleza y la imaginación, una prenda de placer y dicha. Esa prenda, y no las joyas sobre la piel sudorosa, es
la que me gustaría vestir, muchos días, en el jardín.