Mis amigos, los mejores, cuando llaman a la puerta del jardín llegan con una planta, un libro, una idea, una flor, una propuesta, una hoja
o una sonrisa. Llegan con manos llenas. Hace unos días, uno de estos amigos me trajo un libro sobre el paisaje holandés, sobre la edad de oro de la escuela más importante para este género pictórico. Ha sido un gozo
adentrarse en sus páginas, leer y contemplar las láminas con las mejores obras.
Los pintores de este país en crecimiento
y en expansión económica, fueron los primeros que concedieron autentico protagonismo a los paisajes, en los que las figuras, aunque no desaparezcan, van ocupando un lugar secundario. La escuela paisajista holandesa ha logrado imponerse en las
paredes de los grandes museos gracias a los logros de los pintores del s. XVII. Cada nueva época ha encontrado algo que admirar y que estudiar en su rica diversidad. Son muchos los artistas que han encontrado la inspiración en los paisajes holandeses.
Los primeros paisajes que se pintaron en los países septentrionales fueron las miniaturas del s. XV que se representan en Los Libros de Horas.
Las miniaturas incluyen fondos de paisaje en los que se prodiga el detalle naturalista. El primer especialista, considerado el inventor del paisaje, es Joachim Patinir (1475-1524), en sus obras las escenas se reducen y diluyen en un fondo paisajístico
imponente. Las obras de Patinir que se exponen en el Prado tienen sobre el espectador poder hipnótico, te dejan clavado en el suelo con la vista fija en esos mundos fantásticos que presentan.
Entre todos los pintores que se integran dentro de este grupo me gusta destacar a los que pintan árboles y bosques: Hans Bol, Jan Both, Ruisdaell y Hobbema, cada uno prestando atención a cuestiones
distintas: la luz entre las ramas, la filigrana de las hojas dibujada en el fondo, los horizontes altos; pero son también muy hermosas las marinas, los paisajes urbanos, las representaciones de las estaciones del año, especialmente las escenas
de invierno, los paisajes con campesinos y viajeros. En todas las obras está presente la imaginación, ya que no se intenta una representación fiel de la realidad, tratan de buscar la armonía y mostrar de forma específica
los detalles naturales, retocan para estar más cerca de lo esencial (naturalismo selectivo). En el Museo Thyssen podemos contemplar algunos de estos cuadros y adentrarnos en los bosques, seguir los caminos, contemplar el mar y admirar las ciudades de
esa Holanda "retocada" que era uno de los mejores lugares para vivir en la Europa del s. XVII. Y disfrutar del regalo del siglo de oro del paisaje holandés.