“La cultura japonesa es una cultura de la emoción”
Mishida Kitaro (Filósofo s. XX)
¿Cuándo comencé a interesarme por lo japonés? Era muy pequeña y me hipnotizaban los paisajes de jardines, árboles, arroyos con puentes y personas con kimonos paseando, que estaban estampados
en las colchas. A ellos me trasladaba en las largas tardes de fiebre cuando estaba enferma. Después fue el cine, primero a través de Akira Kurosawa (durante mucho tiempo mis películas favoritas fueron Los Sueños y Dersu
Uzala que se estrenaron en nuestros cines cuando tenía poco más de veinte años), más tarde fui conociendo y amando las películas de Kenji Muzoguchi, de Jasujiro Ozu, de Mikio Naruse y de otros
directores más jóvenes como Takeshi Kitano y Hirokazu Koreeda. En la literatura me introduje de la mano de Yasunari Kawabata, él me llevo a otros autores: Natsume Soseki, Yukio Mishima, Yoko Ogawa y Haruki Muracami. El mundo literario
de Murakami ejerce sobre mi una potente atracción. De la ficción di el salto a la arqutectura, a los grabados, a la historia y geografía de este pueblo. La gastronomía, su forma de entender la alimentación, de cocinar
y presentar los platos me fascinan.
Muchas veces me he preguntado cuales son las causas de ese interés y atracción por la cultura
japonesa. La respuesta no es sencilla. Carlos Rubio en El Japon de Murakami, con su conocimiento de ese país y su capacidad de comunicación, me ha ayudado a encontrar algunas de las claves. La causa tiene que ver
con el carácter fundamentalmente emocional de la cultura japonesa, con kokoro. Para un japonés la carga semántica de kokoro (corazón emociones, sentimiento) tiene más peso que risei (razón).
Y también con aware, con la capacidad que tienen de conmoverse con la belleza de la naturaleza, la fugacidad de la vida y las circunstancias de las personas. Otro aspecto a tener en cuenta es la descripción amorosa que hacen de
lo cotidiano y la exaltación del detalle.
La esencia de Japón estriba en la capacidad, a lo largo de su historia, para
conservar las tradiciones e incorporar otras influencias culturales a su propio acervo. En un país donde el peso del grupo fue y es, aún, muy importante, se está imponiendo el individualismo de origen occidental. Oriente y
Occidente convergen cada vez más como en las novelas de Murakami, donde personajes individualistas escuchan música de Bach y piezas de jazz viviendo experiencias plagadas de los símbolos nipones más ancestrales.