Termino ahora de leer Una novela rusa de Emnanuel Carrére. Hace unos meses me apasionó la lectura de otra novela
suya: De vidas ajenas, en la que reflexiona sobre lo que significa la muerte de una hija pequeña para sus padres, la de una mujer joven para sus hijos, y también, la amistad entre dos supervivientes del cáncer,
cojos y jueces. A través de estas historias se habla de enfermedad, pobreza, justicia y de amor, sobretodo de amor. Cerrére cuenta todo esto a través de los avatares de su vida que va anotando con gran precisión y honestidad.
Su vida sirve de hilo para coser las historias ajenas que observa desde su día a día, desde su punto de vista, poniéndose, muchas veces, en el lugar de los demás y sacando enseñanzas para si mismo. Escribe desde su
propia perspectiva y con un tiempo suficiente como para ver la evolución de los hechos que se narran. Esta técnica le permite analizar sus sentimientos, avanzar y llegar a un momento de tranquilidad, consciente de que la felicidad es algo pasajero
que hay que aprovechar.
Una novela rusa es la exploración de un momento marcado por su angustia existencial
y sus dudas cotidianas. Está contada con la misma técnica que De vidas ajenas. Escribe sobre varios de sus viajes a la ciudad rusa de Kotelnich para realizar un reportaje para la televisión, pero
en realidad, todo está organizado en torno a su vida cotidiana. El viaje sirve para buscar los orígenes de su abuelo ruso por parte materna y produce consecuencias en su relación amorosa con Sophie y con su familia. Desde el punto de vista
temporal, también transcurren varios años para presentar la deriva de los acontecimientos.
Ha dicho Enmanuel Carrére que
escribe sobre lo que le parece la vida, la suya y la de la gente que le rodea. Sus novelas no son ficción, son como un collage en el que se unen trozos de su vida, reportajes de tipo periodístico, biografías, informes sobre distintas cuestiones
y testimonios de lo que pasa entrelazados de tal forma que se convierten en una obra de arte.