Caspar David Friedrich, hombre y mujer mirando la luna
ÁRBOLES
¿Es la encina de Orlando o son éstas de Austin?
¿Es el ombú de Hudton o aquél junto al que
arrastró
de la vida a Julio-casi-hermano?
¿El baniano de Paz, que era el de Sakuntala?
¿Sauces de Garcilaso?, ¿el que planté yo misma?
¿Álamos del amor, o aquel del que en invierno
caían
a mis pies pájaros casi muertos?
¿Las higueras constantes, entre polvo y jardines?
¿Ese eje en el tropismo de lunas infinitas,
el eucalipto pálido, de pulmón perfumado?
¿Los de
flor color lacre bajo soles de incendio?
¿Abedul que creí negro, por ebano/abenuz,
hasta que toqué blanca su corteza anillada?
¿El árbol esencial que imaginaba Goethe?
¿O aquel
con cuya sombra perdí el mundo
que era rumor de voces amistosas
y veo pasar un río que sí es el mismo siempre,
que lo miro y ya no soy la misma?
Reducción del infinito
Ida Vitale
EL LENGUAJE DE LOS ÁRBOLES
Del lenguaje secreto de los árboles
he aprendido
el murmullo del tiempo entre sus hojas;
palabras mínimas
que vibran
con el paso silencioso de la vida…
Entre ramas secas y vacías
reconocí mi
propia desnudez;
la insignificancia.
El desapego hacia tantas cosas…
Y de la hojarasca
-de las hojas marchitas y caídas-
he alcanzado a ver la fugacidad de los momentos.
Y también la resistencia:
hojas caídas como sueños y esperanzas,
que darán savia nueva hacia otros horizontes.
Resistencia…Renacer continuamente...VIDA.
A. Alonso Biscayar
CONVIVIR CON LOS ÁRBOLES
Quien convive con los árboles dispone
de
poderes, pacta con semidioses
invencibles,
nadie
podrá usurparle nunca esa heredad
Leves y bonancibles,
abandonan los días sus guaridas
y llegan al jardín enaltecidos.
La voz de la enramada reproduce
la voz de las raíces
y una mano suave
desaloja la vida de esperanzas.
Fin y principio,
nadie
podrá
impedir que esa alianza
perpetúe sus sellos, determine
el veredicto de una convivencia
que engrandece a la larga el rango de los árboles.
Bajo las frondas
indulgentes
se dignifica el flujo vegetal de la vida
J. M. Caballero Bonald
Estabas solo y alto.
Yo miraba como todos los pájaros
debajo de tu frente se escondían.
¡Qué
ir y venir y qué volver!
Cómo todas las cosas
quedándose se iban
a entrarse por tus ojos.
Cómo yo mismo no sabía
si estaba junto al árbol
bajo aquel cielo tan azul,
o si los verdes límites del parque
estaban encerrados en tu frente.
Si de tanto entrar ya
dentro de ti las cosas
eras el mundo donde estábamos.
Si para que brillaran las estrellas
buscaba que cerrases tu los ojos.
Estabas solo y alto,
pero también dentro de ti.
La
lenta libertad
Altolaguirre
Árboles, abolidos,
volveréis a brillar
al sol. Olmos sonoros, altos
álamos, lentas encinas,
olivo
en paz,
árboles
de la patria árida y triste,
entrad
a pie desnudo en el arroyo claro,
fuente serena de
la libertad
Pido la paz y la palabra
Blas de Otero
Cósimo estaba en la encina. Las ramas se agitaban, altos puentes sobre la tierra. Soplaba un viento ligero;
hacía sol. El sol se filtraba entre las hojas, y nosotros, para ver a Cósimo, teníamos que hacer pantalla con la mano. Cósimo miraba el mundo desde el árbol: todo, visto desde allá arriba, era distinto, y eso
ya era una diversión. La avenida tenía una perspectiva bien diferente, y los parterres, las hortensias, las camelias, la mesita de hierro para tomar el café en el jardín. Más allá las copas de los árboles se
hacían menos espesas y la huerta descendía en pequeños campos escalonados, sostenidos por muros de piedras; detrás estaba oscurecido por los olivares, y, más allá, asomaban los tejados de la población de Ombrosa,
de ladrillos descoloridos y pizarra, y se distinguían las vergas de los navíos, allí donde debía de estar el puerto. Al fondo se extendía el mar, con el horizonte alto, y un lento velero lo atravesaba.
El barón rampante
Italo Calvino
Sobre el olivar,
se vió la lechuza
volar y volar.
Campo, campo, campo.
Entre los olivos,
los cortijos blancos.
Y la encina negra,
a medio camino
de Úbeda a Baeza
Nuevas Canciones
Antonio
Machado
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el
Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera
habitado de pardos ruiseñores.
Ejercito de hormigas en hilera
va
trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta; mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes
que te despoje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blanca;
antes que el río hasta el mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi
corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Campos de Castilla
Antonio Machado
Los arboles
¿serán a caso solidarios?
¿digamos el castaño de los campos elíseos
con el quebracho de entre ríos
o los olivos de Jaén
con los sauces de tacucrebó?
¿le avisará la encina de wesfalia
al flaco alerce del tirol
que administre mejor su trementina?
y el caucho de pará
o
el boabab en los márgenes del cuenza
¿probocarán al fin la verde angustia
De aquel cipres de la misión dolores
Que cabecea en frisco
California?
¿se sentirá el ombú en su pampa de rocío
casi un hermano de la ceiba antillana?
los de este parque
o aquella floresta
¿se dirán copa a copa que el muérdago
otrora tan sagrado entre los celtas
ahora es apenas un parásito
con chupadores corticales?
¿sabrán los cedros del libano
y los caobos de Corinto
que sus voraces enemigos
no son la palma de camagüey
ni el eucalipto de Tasmania
sino el hacha tenaz del leñador
la sierra de las grandes madereras
el rayo como látigo en la noche?
De árbol a árbol
Mario Benedetti
Cae la lluvia en los alisos...
y
cada hoja recuerda
la esencias absoluta de un diamante.
La linterna del espino
Seamus Heaney
¿Qué ha sido de aquel sauce
que había en mi jardín
y despertaba el verde
de mis
hojas,
y que ha sido también
de aquel que era yo
cuando todas mis hojas
eran verdes?
A veces creo oír
que aquel sauce pronuncia
mi nombre algunas noches
y lo siento en la savia
de mis venas.
¿Y él, podrá oirme
si leo este
poema?
¿Lo sentirá en la sangre
que corre por el tronco
y por sus ramas?
Hay algo que
me dice
que ni el sauce ni nada
de lo que fuera mio
he de considerarlo
perdido para siempre
Un pez que va por el jardín
José Corredor-Matheos
Guarda este árbol para mi vejez.
Pasa por sus
raíces
tu fe constante.
Una hoja encierra el viático.
Yo estoy aquí,
todavía en el aire,
pero el camino secreto de la savia
es mi alegría
y la proximidad de tu luz
cierra
mis ojos
en avance de eternidad.
Clara Janés
Hay que avanzar por la senda del drago: llevar toda hierba a hacerse árbol, a crear flor y fruto, belleza y dignidad.
La senda del drago
José Luis Sampedro
Sin esfuerzo, imagino que ella ha vuelto
como la luna en la noche.
Es un cuento infantil. Las hojas amarillas
son las palabras que noviembre dice
hasta formar un tilo iluminado
entre el oscuro verde de otros árboles.
Nuestra noche de otoño, noche clara,
y la luna en el cuento del árbol.
Canto de oro nocturno de la hoja encendida.
La última hoja, el testimonio de ella
en la rama más alta de este tilo.
Joan Margarit
Últimos libros
El jardín era campo de hierbajos
y ella una niña que no andaba aún.
Planté un chopo: tan sólo era una rama
delgada y recta y sin ninguna hoja.
Su altura es hoy como la de una casa
de cinco pisos, y con un follaje
denso, de un reluciente verde oscuro.
Se alza desde el cesped y su tronco
ya no llego a rodearlo con mis brazos.
A ella tampoco volveré a abrazarla.
A la vez que la vida, va creciendo la muerte.
No hay más que una posibilidad:
comprender la palabra último.
Es un lugar abierto sin saqueo posible.
La alegría de no volver jamás.
Joan Margarit