Llegué a la lectura de España fea de Andrés Rubio a través del
artículo en El País del escritor Antonio Muñoz Molina reflexionando sobre la fealdad de nuestro entorno y sobre los contenidos de este libro.
El ideal democrático del siglo XX de que todos tenemos derecho a un entorno de calidad con independencia de nuestros ingresos, es una aspiración cada vez más
difícil de alcanzar. La España fea -ética y estética- avanza, crece y se desarrolla inexorablemente.
La ciudadanía ha optado por mirar de soslayo o no ver el caos urbano y paisajístico que genera injusticia social y pone en peligro el patrimonio natural y cultural de nuestro país. Los verdaderos culpables
son los que se benefician impulsados por la codicia económica y política, los que están dispuestos a generar e impulsar prácticas corruptas para seguir especulando con el patrimonio de todos. Pero conviene tener en cuenta que todos
tenemos nuestro grado de responsabilidad. De todas formas, aunque seamos conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor y de sus consecuencias, no es fácil denunciar, enfrentarse a los poderosos y salir airoso. Por lo general, como señala Muñoz
Molina “los responsables políticos y económicos de la fealdad se llenan los bolsillos y reciben el aplauso y el voto ciudadano: es a quien denuncia a quien se declara enemigo (…) y lo peor de todo, hijo pródigo y traidor
a los suyos, si tiene el infortunio de levantar su voz, casi siempre a solas, rompiendo el silencio de la conformidad y la indiferencia, el cloroformo del que bonita es mi tierra…” Parece que estamos ante un problema sin solución.
A pesar de las dificultades, la lectura nos puede ayudar a indagar en el origen del problema, a señalar los distintos agentes implicados y a detenernos a observar algunos ejemplos de trabajo bien hecho en distintas poblaciones españolas.
La genialidad geográfica de la península ibérica puesta en evidencia por Manuel
Terán en 1949, refiriéndose a la variedad de relieves y climas, ha generado una tipología arquitectónica popular y anónima adaptada a las peculiaridades topográficas y a los materiales disponibles que se ha
caracterizado por su integración con el paisaje y por el hallazgo de soluciones prácticas y originales para adaptarse a las adversidades del medio natural. Esta arquitectura popular está en serio peligro desde mediados del siglo pasado.
Tampoco hemos tenido la suerte de contar con planes efectivos de ordenación del territorio a escala
nacional, regional o local para articular el territorio. Y lo peor, es que la democracia no fue capaz revertir ni de frenar el proceso. Las ciudades han ido creciendo de forma desordenada y desarticulada. Las urbanizaciones surgieron y surgen de forma discontinua
y carentes de infraestructuras en general y de comunicación con los centros y el resto de las periferias: los gastos para instalarlas recaen sobre los habitantes de los municipios y el automóvil se convierte en imprescindible. La crisis
climática hace aún más urgente la cohesión social y territorial.
Un
informe de la Asociación de Geógrafos de 2018 denuncia las ingentes cantidades de dinero de las administraciones públicas invertidas infraestructuras innecesarias, infrautilizadas o mal programadas. Consideran que estamos
inmersos en un capitalismo mafioso o de amiguetes en connivencia con los partidos políticos, unos más que otros, pero todos seducidos por el dinero y el poder.
Los profesionales de la arquitectura no son inocentes, pero los promotores, tanto privados como públicos, encargan más obra a los arquitectos ineptos que a los buenos como ha
señalado Oriol Bohigas. La arquitecta Itzihar González Virós propone la conveniencia de que los profesionales de su sector estén obligados (como los médicos a hacer el juramento hipocrático)
a hacer el juramento vitruviano que compromete a respetar los principios de belleza, firmeza y utilidad, a los que habría que añadir valores sociales y ecológicos. Siguiendo la propuesta de Bohigas de hacer un urbanismo
de zurcidora, esta arquitecta deriva su trabajo hacia la recuperación a un nivel más urbanístico y de mediación con la comunidad.
Entre los profesionales del urbanismo y la ordenación del territorio deben incluirse a los profesionales de la geografía, sociología, psicología, economía
y antropología, además de a los de la arquitectura, el derecho y la administración. El territorio es un concepto holístico que debe ser analizado desde distintos enfoques capaces de integrarse en un objetivo común.
Desde otro punto de vista, más general, tenemos que dar más visibilidad y protagonismo al urbanismo
y a la problemática de la vivienda. No podemos seguir sin que los jóvenes que llegan a la universidad no entiendan la necesaria integración entre vivienda, medio urbano y medio natural en el contexto del siglo XXI. Tampoco podemos seguir
colocando aparatos de aire acondicionado, toldos, cerrando terrazas, sin control y sin llegar a acuerdos en las comunidades de vecinos. No debemos cerrar los ojos a la fealdad física de las ciudades, debemos defender los elementos que confieren la identidad
de nuestras poblaciones y seguir el ejemplo de Cesar Manrique en Lanzarote, Xerardo Estévez en Santiago o Martín Almagro en Albarracín y, también, de lo que se hace en otros países. Pero, sobre todo, y esto es lo más
difícil, debemos afear la desfachatez ética que impera a sus anchas entre nosotros y se vende como modelo de éxito.
Por algún lado hay que empezar a eliminar tanta fealdad. ¿Qué tal la lectura del libro de Andrés Rubio España fea hacia otra España
más hermosa y mejor?