Las encinas solitarias son los dientes que le quedan al
campo para mascullar una historia de montes sonoros con grandes encinas y muchas jaras, con sombras apartadas y rincones que nadie había hollado, cuando reinaba la alimaña y tenía libertad la primavera.
José Antonio Muñoz Rojas
Siempre, o casi siempre, me pasa lo mismo. Una lectura me lleva a otra, a releer una obra que reposa en el olvido o a emprender nuevas lecturas. Mi vida de lectora es un torbellino sin fin. Mientras leía Quercus:
en la raya del infinito de Rafael Cabanillas Saldaña, sentía que tenía que volver, en cuanto terminara, a sumergirme en Los santos inocentes de Miguel Delibes. Y
no solo porque estos dos libros aborden una misma temática: las dificultades para los más pobres de seguir viviendo en el mundo rural, el amor por un medio natural y sus tradiciones que se van degradando progresivamente y la venganza que llevan
a cabo los inocentes (un tonto o una loca) capaces en su aparente inferioridad de superar el miedo y la inacción de los demás vecinos que padecen la tiranía de los señoritos que están destruyendo su modo
de vida.
Lo que
me empujaba a la relectura era la poesía en que se sumergen las dos narraciones. La poesía que subyace en esa prosa sin puntos y aparte, encadenando descripciones, diálogos y, en el caso de Quercus, también pensamientos. Poesía
manifiesta en las reiteraciones de palabras y expresiones. Poesía en la división en capítulos que funcionan como narraciones autónomas: Poesía en la aparente, pero dificilísima, naturalidad de los diálogos.
Delibes presenta los diálogos seguidos, saltando de línea. Cabanillas, también seguidos, con un guión, sin saltar de línea. La aparente naturalidad es fruto de una laboriosa construcción
del dialogo que parece que ha podido suceder en una tertulia tras la jornada de trabajo. De esta forma los personajes se convierten en narradores.
Poesía de la Naturaleza que utiliza a Azariás y a Lucía como mano inocente que imparte justicia sobre
quienes la utilizan como depredadores convencidos de que les pertenece, de que es un lujo heredado o adquirido, un juguete para su tiempo de ocio y se permiten hacer lo mismo con sus semejantes, especialmente con los situados en una posición social
y económica de inferioridad. Francisco Umbral acuñó el término de justicia poética, por esta razón para Los santos inocentes, calificativo que es aplicable a Quercus:
en la raya del infinito.
La novela de Cabanillas a pesar de las similitudes con la de Delibes, a la que parece rendir homenaje, tiene su propio carácter. Es una narración sobre los años cuarenta del pasado
siglo (aunque se remonta hasta los años treinta para contar la trayectoria de Abel, su protagonista) vista desde el siglo XXI, desde la distancia. Mientras que Delibes escribió su novela a principios de la década de los sesenta, mirando
directamente al presente, aunque la dejó reposando casi veinte años en un cajón hasta 1981, año en el que por fin se publicó.
Por otra parte, Quercus tiene un marcado espíritu didáctico que responde al
objetivo de recuperar la historia de nuestro país, un modo de vida y una manera de hablar. Cabanillas rescata las palabras de la misma forma que quiere preservar cada encina, cada alcornoque, cada quejigo y cada roble (todos ellos
de la familia quercus), los protagonistas de sierras como las de los Montes de Toledo, símbolos de un paisaje y de un modo de sobrevivir en un precario equilibrio que se va perdiendo progresivamente a partir de la posguerra que empujó a los habitantes
de estas sierras hacia las periferias de las ciudades industriales. Como Delibes, Cabanillas no lo hace con nostalgia. Muestra una realidad miserable que se complica con el proceso de privatización de los antiguos usos
comunales en los montes y el crecimiento en número y tamaño de los latifundios serranos concebidos para el ocio y disfrute de una clase social acomodada y muy próxima al régimen franquista que no repara en actuar de acuerdo
con sus intereses, creando cotos de caza para la diversión y el tráfico de influencias sin considerar las consecuencias que esto pudiera tener para las poblaciones locales. Señoritos que se vanagloriaban, incluso, de que llevaban el
progreso y la mejora de las condiciones de vida, cuando lo único que hacían era ofrecer algo de pan para hoy y mucha hambre para mañana. Poniendo puertas al campo como hace Don Casto en su finca Valdeniebla.
Javier Pérez Escohotado
termina su prologo a Los santos inocentes diciendo que Delibes es un humanista ecológico. ´A Cabanillas, en mi opinión, se le puede conceder el mismo título.
Los santos inocentes
fue llevado al cine con gran brillantez por Mario Camus en 1983, Quercus: en la raya del infinito está esperando al director que se atreva a convertirla en imágenes.
Termino el año del centenario de Miguel
Delibes recordándolo por su justicia poética y como humanista ecológico y descubriendo a otro escritor, Rafael Cabanillas Saldaña, que quiere seguir su ejemplo.