Dos años, ocho meses y veintiocho noches, mil y una noches con sus correspondientes días. Un número
mágico que remite a fenómenos extraordinarios y a periodos temporales que enlazan la naturaleza con la fantasía y la realidad con la ficción. Un número que Salman Rushdie elige
para titular el libro que recoge la crónica, hecha desde el futuro, de la Era de la Extrañeza. De esta forma, desde la primera línea enlaza con la tradición de los cuentos populares, con la capacidad de evocación
y fascinación de las narraciones orales que nos trasladan a magníficos jardines, y con el sustrato mental de magia, que todos conservamos más o menos oculto, y que puede dar vida a la mitología y a las religiones.
En la Era de la Extrañeza se
desmoronan los pilares de la realidad, de forma que en Bélgica un hombre puede mirarse al espejo y ver su nuca en el azogue o un ruso perder su nariz y encontrarla caminando sola por San Petersburgo. Un momento en el que se abren algunas grietas entre
el nuestro mundo y el País de las Hadas o Peristán, ese otro mundo en el que se agrupan las fantasías que hemos ido fraguando a lo largo de milenios, ese lugar lleno de hermosos jardines organizados en terrazas y recorridos por acequias
y cascadas, con árboles, flores y cúpulas de palacios, y habitado por genios, hadas, duendes, monstruos, jinnis y jinnias.
Dos mundos que entran en confrontación violenta impulsando la batalla entre la razón y la sin razón, la libertad y la tiranía,
la alegría y el miedo. Es la Guerra de los Mundos desarrollada en el nuestro, pero en la que chocan dos bandos de los jinnis, y de la que depende el futuro de nuestro mundo.
Los héroes de esta epopeya son mestizos, son los descendientes de la unión
entre una jinnia, Dunia, y un humano, Ibn Rushd o Averroes, filósofo, médico y jardinero aficionado pero entusiasta. La historia comienza precisamente en la población de Lucena, donde Averroes fue desterrado cuando su pensamiento fue mal
visto por el integrismo almohade.
Genonimo, el miembro más destacado de este linaje mestizo, cuando se formaba como arquitecto, eligió la profesión de jardinero al visitar la casa que Le Corbusier construyó en Gujarat (India) para la matriarca
de una dinastía textil, y descubrir el jardín que “parecía estar arañando la casa, colándose en ella como una serpiente, intentando destruir las barreras que separaban el espacio exterior del interior”.
Desde allí viajó a Kioto donde Ryonosuke Shimura le enseñó que “el jardín era la expresión exterior de una verdad interior, el lugar donde los sueños de nuestras infancias colisionan con los
arquetipos de nuestras culturas y crean belleza”. Geronimo formuló su propio jardín, influido por Blake, como un matrimonio del cielo y el infierno. Este sencillo jardinero, de sesenta años, tiene un papel crucial en esta historia
que cada uno de nosotros tiene que desentrañar y traer desde el mundo de la ficción a la realidad actual. Sus engranajes son atemporales, son los mismos que explican los múltiples conflictos de nuestro tiempo.
No contaré el desarrollo de esta obra. No
debo restar ni un ápice del placer que se desprende de su lectura, pero sí que puedo decir que esa guerra da paso a un futuro mejor gracias a la desconexión entre los dos mundos. Nos cuenta el cronista desde un lejano futuro, como es su
realidad, consciente de que las diferencias de raza, lengua y costumbres ya no generan conflicto:
“El
mundo de un jardinero, en el que todos hemos de cultivar nuestro jardín, entendiendo que hacerlo no supone una derrota, como lo era para el pobre Cándido de Voltaire, sino la victoria de lo mejor de nuestra naturaleza sobre nuestra oscuridad
interior”
Solo
hay en ese tiempo futuro un problema. La separación definitiva de los dos mundos, supone la desaparición de los sueños: “hoy en día nos encontramos en una época en la que los sueños son algo con lo que
soñaríamos si pudiéramos soñar”. Nos dice el cronista que en su jardín, echan de menos los sueños y, también, las pesadillas. Las mil y una noches han perdido su cualidad mágica en ese
futuro. Sin embargo, aquí y ahora, seguimos aprendiendo de los jardineros y soñando cada noche con mil y un jardines.