Algunas vidas nos confunden, como la carta que sale de la manga de un mago o la sonrisa que sale dibujada en los labios de un diablo
Tengo la sospecha de que Eugenio Baroncelli comienza su liblo de biografias Doscientas
sesenta y siete vidas en dos o tres gestos, el libro de las candelas creando, un personaje, Luigi Leone Carbone, para que explique, en el incipit, la obra que vamos a comenzar a leer: “una ficción improvisada de la erudición
del autor para justificar no la vida de éste o aquél, sino la suya". Si así fuese, estamos ante la primera de las biografías del libro que podría titularse: Luigi Leone Cardone, creado para el íncipit.
Estas velas o candelas iluminan,
con unas pocas pinceladas, la vida, a veces solo la la muerte, de distintas personas que vivieron en el pasado más remoto o en el presente más cercano. En algunos casos se trata de personajes históricos reconocidos por la historia, y en
otros de personas anónimas que pasaron por la vida sin que se recuerden sus nombres, a pesar de que su contribución fuera importante. Personas cuya existencia está documentada y saca a la luz el autor, con su candela de palabras, o personas
que crea para demostrar que tuvieron que existir aunque no lo podamos demostrar. También muestra la cara que queda en la sombra, las otras actividades que realizaron quienes tenemos catalogados en una exclusiva faceta. Son candelas para iluminar los
sentimientos de los que murieron solos y olvidados, aunque hoy brillen, y los de aquellos que encendieron una luz que se le atribuye a otros.
Entre las biografías que me han impactado más destaco algunas. La de María Nizet que escribió a los
20 años la historia de un vampiro que pasó inadvertido a pesar del éxito posterior del de Abraham Stoker. María Tsvietáieva, la mujer que se equivocó de mundo, poeta y desgraciada que vivió
en Rusia (1892-1941) y comparó la juventud con un zapato desparejado. Ismail Hassan, maestro póstumo, pintor de miniaturas conservadas y admiradas en la biblioteca del palacio de Topkapi. Leonardo de
Pisa, el hombre que jugaba con los números y descubrió una secuencia que hoy sabemos recurrente en numerosas formaciones orgánicas. Luigi Ferdinando Marsigli, el hombre
que descubrió el talud continental y Martin Radolfzell, el hombre que inventó América, ya que dibujaba el mundo y puso ese nombre a la tierra incógnita de occidente tras leer los comunicados
de Américo Vespucio. Y por último, la titulada Anónimo del siglo XX conocido por mí para narrar la vida de un escritor que pensó que firmar el libro es el único defecto
que se puede evitar (…) son tantos los libros perdidos que por una vez se puede perder el autor.
El resultado de la lectura es sorprendente, para los que nos acercamos a la obra dispuestos a mirar esa nueva luz sobre las vidas de otros, y para el propio autor que,
“al releer el libro encuentra cosas que ni mucho menos soñó incluir” y apunta, con gracia y cierta retranca, que pueden estar relacionados con sus achaques:“¿habrá un motivo por el que esto parezca
la sala de admisiones de un hospital lleno de lisiados….?”
He descubierto un escritor: Eugenio Baroncelli, pero ¿existe una vida más imprecisa que la de un biógrafo?, ni el nombre ni el apellido importan mucho, él nos cuenta
que Pio Baroja decía que a un andaluz cuando le preguntaban si su apellido era Gómez o Martínez, contestaba: “no importa, lo importante es pasar el rato”. Pues eso, con este escritor/biógrafo/profesor
que vive en Rávena se pasa un buen rato. Sigo leyendo el libro, aun a costa de perder u olvidar al autor.