En los cuadros de Hopper no hay parques, jardines ni flores. La naturaleza está presente, pero siempre atravesada por los
signos de la civilización. Los árboles se dibujan de forma esquemática o se representan por masas oscuras de color tras las casas. En los paisajes siempre aparecen los signos de la vida urbana y las infraestructuras de la modernidad: los
edificios, las carreteras, las vías férreas, los puentes, los tendidos eléctricos. Sin embargo, la naturaleza aparece como símbolo que se opone a la vida moderna, en un plano separado y distante. Lo natural aparece siempre de forma
sumaria, no hay hojas sobre las que se refleje el sol ni flores que brillen entre las ramas. Será por eso, por lo que no aparecen jardines públicos ni domésticos como espacios humanizados cercanos y accesibles.
Es frecuente que la vegetación quede enmarcada por la ventana de una habitación en la que una mujer, ensimismada, mira, sin ver, el exterior. De esta forma, la
naturaleza es un componente de la narrativa a la que nos invitan las obras de Hopper. Rasgo destacado de sus pinturas es, quizás, esa invitación a imaginar una escena, incluso una historia. Este pintor entiende la pintura como un vehículo
de comunicación que puede expresar más que las palabras. En ese proceso de comunicación, la recreación del paisaje natural, en segundo plano, se opone a la vida cotidiana que transcurre en primer plano y en la ciudad. Las montañas
y colinas, los bosques y el mar son la antítesis de la soledad que parece reinar en las habitaciones y en los umbrales de las viviendas. Las plantas tampoco entran en esos espacios interiores sobrios que potencian el sentimiento de angustia y soledad,
La luz es siempre la verdadera protagonista, la privilegiada herramienta para crear, a través de planos netos, personas y objetos. Hopper
llegó a decir que lo que verdaderamente deseaba era pintar la luz del sol sobre una pared. Su pintura puede ser un medio de comunicación más expresivo que las palabras, así como la luz, del sol o la eléctrica, se pueden convertir
en el medio fundamental para dar a conocer un mundo metafísico en el que, como ha planteado Peter Handke, nos sentimos como en las plazas vacías de Chirico, las ciudades de la jungla de Marx Ernst
y algunos paisajes enigmáticos de Magritte.
No nos extraña la fascinación que las obras de Hopper han
tenido para el cine. Son innumerables las planos de películas inspirados en sus obras. Incluso, ha inspirado una película completa, Shirley: visiones de una realidad (2013), escrita y dirigida por Gustav Deutsch.
En ella trece pinturas cobran vida para mostrar la situación de una mujer que busca el sentido de su vida personal y laboral como actriz. Tampoco nos extraña, la fascinación de tantos poetas que han recreado y desarrollado las escenas
de estas pinturas. Eduardo Mitre tiene un poema titulado Con Edward Hopper en el que dialoga con el pintor y juntos planean llevar a la mujer de Habitación de hotel a un parque:
Y es cierto. Pero al fin y al cabo,
¡qué futuro ni que ocho cuartos, tocayo!
si lo que en realidad hace falta
es solo una llave
o un poco de imaginación
y las palabras precisas
para entrar
en la habitación
cautamente, sin asustarla,
y, tras ganar su confianza,
cubrirla con un abrigo
y llevarla al parque Bryant
a escuchar la fuente de agua
donde eche al olvido esa carta.
O tal vez a Central Park,
a respirar aire puro
y pasearnos los
tres juntos
en esa luz natural
que ya dora las ramas
y empurpura las cejas
de Shakespeare al crepúsculo.
En los cuadros de Hopper no hay jardines
ni flores, pero, te propongo un plan, nos juntaremos en mi jardín para idear las historias de los cuadros de Hopper e invitaremos a sus personajes a salir a respirar entre los árboles y las flores para sentirse mejor.