Arcadia, poblada de pastores y ninfas, es uno de los más hermosos jardines de nuestra tradición cultural. Los trinos de los pájaros,
los arrullos del viento en las hojas de los árboles, los sones de las aguas de las fuentes y arroyos, y las voces y risas de los pastores no son posibles sin la presencia de la música. El pastor Orfeo es el cantor y músico de Arcadia,
pero no es el único, tenemos que contar con Dionisos (Baco) y su forma de entender la música como expresión de los sentimientos y pasiones.
En la persona de Orfeo se reúnen los mitos clásicos relacionados con la música. El poder de su canto y de su música es efectivo en la naturaleza terrestre, en los prados y bosques de la Arcadia, en las profundidades
del infierno, el Hades, y en el mar, el reino de Poseidón.
En los poemas de Virgilio y Ovidio, Orfeo aparece como un pastor que
amansa a las fieras con su música y hace más feliz la vida de ninfas y pastores en ese mundo bucólico y pastoril. Pero tendrá que descender al Infierno en busca de su esposa Euridice. Con su música, en ese viaje, seduce
a Caronte y a Cancerbero hasta llegar al Infierno, aliviar las penas de los condenados y conmover a Hades y Perséfone que le permiten rescatar a Euridice con la condición de que no la mire hasta llegar al mundo de los vivos. Cuando esta cerca
de la luz, incapaz de resistir por más tiempo sin comprobar si le segue su amada Eurídice, mira hacia atrás y su esposa desaparece para siempre. Orfeo tiene que regresar al reino de los vivos sin ella a pesar de haber consiguido abrir
con el poder de la música las puertas del infierno.
Orfeo es una pieza fundamental de una leyenda anterior a los ciclos homéricos,
de la epopeya más antigua que se conoce de la antigua Gracia, la de los Argonautas en busca del Vellocino de Oro, que está bien presente en nuestra mente gracias a una película que hemos visto muchas veces y no nos cansa: Jasón
y los Argonautas (1963, dirigida por Don Chaffey). En la expedición de los Argonautas, Orfeo era el encargado de marcar el ritmo a los remeros y de apaciguar las tempestades. Su mayor hazaña fue anular, con la belleza
de su canto, el embrujo irresistible del canto de las sirenas que llamaban a su lado a los miembros de la tripulación, como lo hicieron en la Odisea homérica. En este episodio demustra su poder sobre las fuerzas del océano, donde
las sirenas gozan del don omnímodo de seducir con la belleza de sus voces y su forma de tocar la lira a los navegantes, conduciéndolos a un prado maravilloso donde perderán el sentido y no desearán volver a sus puertos. Orfeo
consigue que la lira caiga de las manos de las sirenas, que quedan convertidas en acantilados e islotes. Impide que los argonautas lleguen a ese jardín de las sirenas que acaso sea tan hermoso con Arcadia.
Nos cuenta Eugenio Trías en El Canto de las sirenas que en Grecia, la música es una forma de vida y una manifestación religiosa que
se puede entender, básicamente, de dos maneras. Ante todo está la que se expresa en la consonancia entre el cántico y un instrumento, la lira (o cítara) que da vuelo a la voz. Es la música de Orfeo. Por otra parte está
la música interpretada por la flauta que despierta el frenesí de la danza y no permite el canto. Es la que interpreta con su flauta Pan, para que bailen las ménades que siguen a Baco. Cuando Orfeo vuelve desesperado del Infierno sin Eurídice,
rechaza el vino y el contacto carnal con las mujeres prefiriendo a los mancebos. Las ménades como represalia a su misoginia, se abalanzan sobre él y, furiosas, lo descuartizan. De esta forma, al morir, Orfeo se reencuentra con Euridice.
En este jardín cabe el canto en consonancia con los instrumentos, y también la música de danza y la expresión libre de
los sentimientos suscitados por la música. En mi jardín conviven Dionisos, las ménades, los pastores, las ninfas (entre ellas Eurídice) y Orfeo que puede traer a mancebos si lo desea, hasta las sirenas. Ah, y ricos platos
regados con el fruto de la vid.