Una de las funciones del arte, desde el punto de vista de Kundera en Los testamentos traicionados, es la
de transmitir felicidad a través de distintos medios, entre los que destaca el humor. Tzvetan Todorov, en Elogio de lo cotidiano, mantiene que la pintura holandesa de género del siglo XVII plasma en
imágenes el momento de dicha de una sociedad que se siente a gusto mostrando en las telas su forma de vivir.
La vida diaria, la casa,
mujeres y hombres realizando tareas domésticas y distintos oficios, así como los niños, se convierten en los temas centrales de la pintura. Las personas aparecen en su ambiente, de forma tranquila y serena, disfrutando de lo que hacen.
En algunos cuadros se aprecia de forma muy elocuente esa alegría de vivir, como en la joven pintada por Jan Steen comiendo ostras o en el autorretrato de la pintora Judith Leyster. Son frecuentes las mujeres leyendo,
tocando instrumentos musicales, cocinando, cuidando a sus hijos. Afirma Todorov que la pintura holandesa de lo cotidiano se inserta en un momento concreto de la historia, mediados del siglo XVII, en las obras de Hals, Rembrandt, Leyster, Dou, Steen, Metsu, Veermer, Borch, Hooch y algunos otros. Más tarde se seguirán ciertos temas y técnicas, pero no volvió a saltar la chispa,
ya no nos preguntamos por la psicología de los personajes, ni tendemos a fabular con la vida de las personas pintadas o con los significados de los gestos y todo lo que está presente y no se ve. Tampoco nos quedamos asombrados por la calidad
de los tejidos de vestimentas y tapicerías y por los detalles de los muebles. Nunca ha sido tan importante la vida cotidiana, ni se ha celebrado con tanta alegría.
Pasar de la pintura, o de la representación artística, de los temas históricos y religiosos (como se venía haciendo) a los de la vida cotidiana supone un importante cambio de enfoque
vital. Es necesario elegir –como dice Todorov- entre todas las actividades que forman el tejido de la vida humana, renunciando a representar todo lo que se sale de lo corriente y es inaccesible para el común de
los mortales, sin dejar lugar para los héroes y los santos. Supone, además dejar de lado los gestos dramáticos a favor de la representación serena. Este paso se produce en la pintura holandesa en
el siglo XVII, en la que llamaremos pintura de género, una pintura que se va alejando de los postulados de la pintura italiana del renacimiento que constituyeron, y aún constituyen, la norma.
La pintura de género holandesa venía ya perfilándose desde la flamenca del siglo XVI. Miguel Ángel opuso la pintura flamenca, preocupada por representación
fiel del modelo real y los valores morales, con la pintura italiana, que solo se somete a los postulados de la belleza, único medio para llegar al bien y a lo verdadero. La pintura flamenca muestra el mundo como es y porque es. Por
su parte, la pintura italiana obedece a lo ideal, a las reglas de belleza (simetría, proporción, armonía), es una construcción artística del mundo. Estas diferencias, tan marcadas, tienen que ver con el contexto, con la vida
y los avatares de los Países Bajos.
Los Países Bajos existen políticamente desde el Tratado de Utrech de 1579,
aunque están en guerra, primero con los españoles, y luego, tras breves periodos de paz, con ingleses y franceses, no deben su prosperidad a las gestas militares. En esa sociedad, minada por la guerra y enriquecida por el comercio, los valores
heroicos retroceden frente a virtudes más pacíficas y accesibles para todos. Por otra parte, en Holanda la tolerancia religiosa es mayor que en los estados vecinos. Además el protestantismo no arroja a sus fieles de la prosa de la
vida, no es necesario rechazar la vida común como hacen los monjes y los ascetas para llegar al cielo.
La vida cotidiana
no es necesariamente feliz, puede ser agobiante, incluso desesperada para sobrevivir, por eso nos gusta soñar y evadirnos, cerrar los ojos a sus imposiciones. Pero, a veces, es mejor abrir los ojos para pintar y disfrutar de momentos excepcionales en
los que los adultos son capaces de sentir el presente con la dicha de los niños. Los pintores holandeses de género recogieron en sus cuadros ese momento en que hombres, mujeres y niños nos muestran su alegría de vivir.