Conocí a Natalia Ginzburg en un anaquel de la biblioteca, me la presentó Carmen Martín Gaite cuando vi su nombre escrito en pequeños
caracteres debajo del titulo:
Natalia Ginzburg
Querido Miguel
TRADUCCIÓN DE CARMEN MARTÍN GAITE
Querido Miguel,
es una novela epistolar formada por las cartas que intercambian una madre, sus hijos y algunas personas más. Con esas misivas vamos construyendo sus vidas, sus angustias y sus alegrías. Es suave, amarga y dulce como una taza de buen te tomada
en compañía.
En el día a día, en el trasiego cotidiano somos incapaces de encontrar la vía y la forma de
mostrar nuestro interior a las personas que más queremos. Nos faltan medios y nos sobran miedos. Curiosamente a través de la escritura, de las cartas, somos capaces de expresar esos sentimientos y de analizar nuestras vivencias. El vehículo
epistolar permite saltar de la soledad de quién escribe a la de quien lee estableciendo un vínculo fraguado de confidencias. A veces, incluso, conseguimos crear imágenes y rayamos la belleza.
Esta narración data de 1973, por lo que las cartas solo tienen la competencia del teléfono. Ahora los medios se han multiplicado, y además, están dotados de inmediatez,
no dejamos de recibir y escribir mensajes sin pararnos, a penas, a reflexionar, vivimos en la ilusión de una comunicación permanente. Pero seguimos necesitando compartir momentos a un ritmo más pausado. Un ritmo que solo admite presencia
y dedicación. Un ritmo que tiene un único sucedáneo: las cartas.
La vida es como la escritura. Nos pasamos los días
buscando su sentido y su utilidad y deseando comunicar nuestros sentimientos a algún interlocutor. Pero a pesar de ello, la esencia de la escritura y de la vida es la soledad esencial y el vacio. Una soledad que no se resigna y busca y busca la forma
de establecer la comunicación con al menos algunas personas. Natalia dice: “Yo no tengo un juicio absoluto sobre mis obras, y esto me parece una mala señal. Me parece un signo de inmadurez. Cuando uno ha alcanzado un mínimo de
madurez en la escritura, debe saber qué demonios ha escrito y por qué. Para esto no le sirven los interlocutores. Los interlocutores le sirven en el momento en que escribe e inmediatamente después, como a quien, en el momento de ascender
una montaña, le sirve un sorbo de agua, o una mano en el hombro, o la sensación de que cerca de él hay un paso o un descanso. A los interlocutores no se les pide tanto un juicio crítico, lúcido y desencantado como una especie
de participación, un aporte de palabras y de pensamientos a nuestra escritura solitaria”.
En la vida necesitamos comunicar
para compartir, las cartas pueden ser el medio. Para un escritor sus obras son botellas, con un mensaje dentro, lanzadas al mar en busca de interlocutores. Yo lanzo los arboles y las flores de mi jardín al ciberespacio en tu busca. Querido....: