Es bastante común intentar zafarse de las consecuencias de los hechos, evitar las responsabilidades hasta que sean inevitables, incluso, dejarlas
caer y cargar con ellas a otra persona o personas. Pero, también es habitual sentir el peso de los remordimientos, tener conciencia de lo que se ha hecho mal, de lo que podría haberse programado mejor y buscar la manera de enmendar
de alguna forma los errores. Así se nos ha enseñado en nuestra infancia cuando actuábamos en contra de los principios básicos de la convivencia, aunque fuera necesario, en la mayoría de las ocasiones, pillarnos con
las manos en la masa. Lo que pasa es que desde un tiempo a esta parte, se está generalizando esta manera de actuar irresponsable entre los adultos. Son, precisamente, las personalidades más destacadas, los grandes empresarios, los financieros,
políticos, los que aparecen en los programas de televisión quienes actúan de esta forma poco ética y los que llegan a congratularse de esta forma de conducta, convirtiendo sus prácticas en norma y dándoles toda
la legitimidad.
El propio presidente del gobierno de este país ha dicho hace unos días en el Parlamento que Barcenas podía
lanzar más insidias contra él y contra su partido porque tenía derecho como acusado a mentir. No he estudiado derecho, pero tengo sentido común y sentido cívico para entender que una cosa es que se entienda
que un acusado mienta para reducir da dureza de una posible pena o eludir una acusación, y otra bien distinta que se presente la mentira como un derecho que debe aprovechar. Los medios de comunicación difunden continuamente esta misma idea cuando
hablan de los imputados y testigos que tienen que prestar declaración, parece que el recurso a la mentira es un derecho fundamental de nuestra democracia, el derecho más valioso para no asumir las consecuencias de todo tipo de actuaciones deshonestas.
De esta forma, el robo, o mejor dicho, la apropiación indebida, el tráfico de influencias, la extorsión, la contabilidad creativa y otros muchos delitos pierden sus connotaciones negativas, son parte del mundo de los listos, de los que
saben manejarse, son actividades distinguidas para personas ricas y elegantes. Y como a todos son gusta imitar a los ricos y a los elegantes, pues podemos y debemos hacer lo mismo. No vamos a ser tan tontos de no tomar el mismo camino, en la medida de nuestras
posibilidades, claro. El que venga detrás que arreé y el que sea tonto que espabile.
La ética tiene como misión
impedirnos olvidar que somos seres morales, y que debemos respetar unas normas de conducta encaminadas a mejorar las condiciones de vida de la humanidad, que el fin de nuestra existencia no es nuestro beneficio a costa de poner en peligro la seguridad
y la calidad de vida de los demás y del planeta. Adela Cortina nos lo explica muy bien en su última obra, pero los vientos no son favorables a este enfoque, y menos aún en estos momentos de crisis, de sálvese quien pueda. El que
tangamos una larga tradición católica y una larga historia de pícaros no ayuda mucho tampoco. El esfuerzo para impedir que se establezcan estas prácticas como algo normal es duro. Supone comportarse como adultos que no precisan
la vigilancia de nadie para asumir responsabilidades y portarse bien. Es más fácil comportarse como niños que esconden la mano cuando lanzan la piedra. Y que, a fin de cuentas, no son conscientes de lo que hacen, no
tienen maldad, los pobres. El infantilismo de toda la sociedad es el medio del que se valen los listos para tenernos bien controlados. Para hacer lo que les conviene con la única precaución de que no los pillen.
¿Qué opinas de todo esto?...Yo no he dicho nada, lo que has entendido es de tu propia cosecha, tu opinión. Es una presunción suponer que he
dicho esto. Habrá que demostrarlo.