Vivimos en un país de picaros/as y así nos va. Las señas de identidad fundamentales de nuestra sociedad están escritas
en nuestros genes desde hace siglos. Nuestra historia está marcada por el enfrentamiento entre la sinrazón de la picardía individual y el afán de progreso y compromiso de una minoría. Durante la década de los ochenta
y parte de la de los noventa se experimentó un importante avance los valores de la democracia. La crisis actual pone en evidencia el abuso de la picardía como norma de conducta y la necesidad de dejar de tolerarla.
Llevamos grabado el mensaje: para sobrevivir hay que actuar sin escrúpulos, valernos del engaño, buscar la manera de beneficiarnos a costa de quien sea, aprovechar
las oportunidades de hacernos con los bienes ajenos (especialmente si lo podemos hacer sin que nos vean), no cuidar los espacios colectivos ni los lugares públicos, en suma, considerando el egoísmo como el valor y la virtud suprema, a la vez
que decimos lo contrario. Esta manera de vivir negando la evidencia, acusando a los demás de nuestros defectos, está en clara contradicción con los valores democráticos. Ha sido el caldo de cultivo ideal para la apoteosis del
capitalismo neoliberal.
Desde la Casa Real a cualquiera de nosotros/as, pasando por las personas que nos representan en las distintas
instituciones, los dirigentes de los distintos partidos, los representantes y los miembros de los sindicatos, los empresarios (grandes y pequeños), el profesorado, los padres y las madres, todos/as estamos imbuidos de esa picardía. Y quien
quiere salir de esta manera generalizada de actuar tiene dificultades, no llega ni a presidente/a de su comunidad de vecinos, no inspirará respeto, puede, incluso, perder su puesto de trabajo.
Por eso vuelven a ser reelegidas las candidaturas políticas con implicación en delitos de corrupción. Pensamos que son personas listas ¿A caso no robamos los demás lo que está
a nuestro alcance y podemos ocultar, de acuerdo con nuestras posibilidades? ¿no enchufaríamos a nuestros hijos/ as si tuviéramos oportunidad? Por eso valoramos y alagamos a quienes se han enriquecido de forma rápida y les convertimos
en modelos. Queremos que nuestros hijos y nuestras hijas tengan dinero, asciendan socialmente, pero no les inculcamos los valores cívicos, el respeto por los demás y por lo público, la responsabilidad, la colaboración por el bien
general, el esfuerzo, el valor del conocimiento, la preocupación medioambiental, ni la búsqueda de la felicidad.
Es preciso
que se extiendan los valores del pensamiento occidental que tienen su origen en el pensamiento grecolatino y en el siglo de las luces, y que han difundido pensadores de hoy como Todorov y José Luis Sampedro, entre otros. Debemos tejer los
valores de esta tradición con otros como los de la filosofía ubuntu para luchar contra la ofensiva del capitalismo neoliberal, para imaginar y construir
un mundo mejor.