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La puerta del jardín, Raoul Dufy
LA PUERTA DEL JARDÍN
Desde esta puerta, entreabierta, te recibo en mi
jardín compartiendo el deseo de John Keats en su oda A Psique: y en medio de esta vasta tranquilidad un
santuario rosado adornaré con los enrrejados tejidos de una mente laboriosa,
con flores y campanas y estrellas sin nombre, con todo lo que la jardinera Fantasía pueda inventar, quien criando flores nunca criará las mismas; y
allí habrá para ti todo el deleite suave que el pensamiento umbrío puede conquistar,
¡ brillante antorcha, y ventana abierta a la noche, para que deje entrar al cálido amor !
La amante de Wittgestein y el gato
Pintorichio (1454-1513), El regreso de Odiseo.
Acabo de terminar la lectura de La amante de Wittgestein de David Makrson y me pregunto si
se trata de una novela o es más que eso. ¿Puede ser un experimento literario para ahondar en el pensamiento filosófico, o simplemente es un juego literario lleno de ingenio, profundidad filosófica y sentido del humor? ¿o
es una novela sobre el día después de un gran cataclismo que cambia la faz de la Tierra? Me veo envuelta en un razonamiento que me lleva al aforismo del filósofo que se celebra en esta obra: “Una proposición sólo puede decir como es una cosa, pero no qué es ella”. Luego, puedo pensar en esta obra, escribir de ella, dar vueltas y más vueltas en torno a todos sus “cómo”, pero no concluir "qué" es realmente.
No parece una buena manera de empezar. ¿O sí? No esta mal saber desde el principio que no hay un fin, disfrutar desde la primera línea de la certeza de que la gracia está en el “durante”, es decir, en dedicar y vivir
este instante por si mismo, no por “dónde” o a “qué” me puede llevar. En ese caso, quiero empezar con el gato. Ese que guía el pensamiento de la mujer que vive sola y convencida de que es el único ser humano y animal sobre la faz de la tierra y ha decidido escribir a máquina sus pensamientos y reflexiones,
aunque sabe que nadie las leerá. La escritura la acompaña de la misma manera que el gato que confunde con el roce del viento en la persiana. Ese gato imaginario y la escritura la acompañan y la llevan en dos direcciones. En una de esas direcciones, sigue la trayectoria del gato que tenía su único hijo y repasa momentos
de su vida que la obsesionan. Cuenta, también, su paso por los grandes museos del mundo, en los que vivió largas temporadas observando las obras de arte y alimentando el fuego con antigüedades, marcos y libros para sobrevivir.
En la otra dirección, repasa los hitos de la cultura occidental, entrelazándolos ente si en una
madeja que va enredando el gato en su juego sin fin. Mezclando certezas y fracturas de su memoria. Nos lleva de un cuadro de Pintoricchio que representa El retorno de Odiseo al gato de Rembrandt. Del
gato de Penélope al que ella tuvo cuando vivía en el un estudio del Soho. Para encontrarle un nombre, a su mascota, escribió cartas a muchas personas famosas. Al hacer la selección, se fija, por ejemplo, en la diferencia entre las
personas que escriben reseñas de arte en los periódicos y los críticos de arte. Pasar de reseñista a crítico de arte supone un gran paso. Las palabras son poderosas, lo que nos lleva a otro aforismo de Wittgenstein:
“Los límites del lenguaje son los límites de mi mundo” La música que escucha, esta mujer, en su mente es otra madeja con la que juega el gato. Lía las obras de Bach, Brahms,
Villalobos, Schubert, Clara Schumann y, con una pirueta, mezcla esta última, con la imagen de Katharine Hepburn en la película Pasión Inmortal, unas veces, y Melodía Inmortal, otras. En el libro van apareciendo, en distintos momentos, personajes de la literatura, de la historia del arte y la cultura que se relacionan
en la mente de la protagonista, manteniendo conversaciones intrascendentes o compartiendo objetos en una espiral delirante y llena de humor: Penélope le regala un gato a Helena, Theotokópuolos (El Greco) conversa en una farmacia de Toledo con
Cervantes…Wittgenstein alimenta a una gaviota en su ventana y calza las botas que pintó Van Gogh. Y así van pasando los días sin tiempo, que se suceden unos a otros. Entre amaneceres que le recuerdan los la diosa de los dedos rosados en las obras de Homero y los atardeceres con los colores de los cuadros de Turner. Son días
de soledad repletos de acompañantes. De pintores, escritores, colores, música y músicos, gatos y gaviotas. Pasan los días mientras pasamos las hojas de esta reflexión sobre el poder del lenguaje, las lagunas y obsesiones
de la memoria y la locura. La imaginación alimentada con de cultura te permite, si te pesa
la soledad, crear un gato que te acompañe y visite a gente interesante. Para eso contamos con el lenguaje, lo podemos nombrar, crearlo con signos, pero existen límites como establece este aforismo de Wittgenstein: “Los objetos sólo pueden ser nombrados. Los signos son sus representantes. Sólo puedo hablar de ellos: no puedo ponerlos en palabras.”
El gato no acaece, pero se puede hablar de él y con él.
Las palabras son mágicas pero solo se entienden dentro de una comunidad de hablantes. Por eso, debemos agradecerle a Marinao Peyrou
su trabajo como traductor.
William Blake, el hombre imaginativo y coherente
Para ver el mundo en un grano de arena, Y un paraíso en una flor silvestre, Abarca el infinito en la palma de la mano Y la eternidad en una hora. William Blake (1803)
William Blake, desde el mismo día que lo conocí, pugna dentro de mi por incorporarse a las figuras de honor
de mi jardín. Me ha faltado energía e imaginación, estaba abrumaba. No es que por fin haya encontrado la fórmula, pero he decidido que le voy a invitar y que el mismo decida. Espero que se aventure a entrar en mi jardín y
que demore plácidamente la estancia. Desde aquella cálida tarde del verano de 2012 en la que le descubrí en la exposición de Caixa-Fórum, se ha convertido en uno de mis referentes y le he buscado en los libros y encontrado en más
sitios que los que esperaba. Creo que descubrirlo me fue conduciendo, poco a poco, a la creación de este jardín virtual. Dice Enrique Caracciolo Tejo que Blake “al sugerirnos la liberación por vía de la imaginación
nos ha dejado abierta la única puerta por la que podemos escapar de nuestras prisiones materiales o psicológicas”, una puerta que nos permite entrar en nuestro paraíso particular, cultivar y cuidar, acoger e invitar, gozar y
celebrar, lo que nos da fuerza y alegría. William Blake (1757-1828) vivió uno de los momentos más revolucionarios de la historia. Por una parte, la Revolución Industrial transforma la economía, las ciudades y la sociedad. Por otra parte, la
Revolución Francesa parece trastocar el orden político del Antiguo Régimen, de la misma forma que la pugna por la independencia de las colonias de Norteamérica cuestiona el liderazgo mundial de Gran Bretaña. Desde el punto
de vista científico y cultural se empiezan agotar los bríos del racionalismo y de la ilustración. En el mundo del arte el neoclasicismo, ha llegado a su culmen y comienza a dar muestras de agotamiento, mientras el romanticismo da entrada
a las emociones y lo subjetivo. Blake fue capaz de llevar a cabo una crítica radical de las creencias de su tiempo y construir un nuevo mundo artístico completamente original y coherente con su manera de vivir. La coherencia que le lleva a reivindicar la relevancia
de lo humano, hasta el punto de equipararlo a lo divino. Coherencia para articular cada manifestación vital con la totalidad. Coherencia para que los conceptos dualistas, tan arraigados en el pensamiento, dejen de oponerse. La naturaleza no se opone
a lo humano, ni el cielo al infierno. El bien y el mal son relativos. La opresión y la libertad no son conceptos absolutos, están sometidos a los condicionantes de situaciones concretas. Coherencia para equiparar lo pequeño y lo concreto
con el todo. En suma, coherencia para percibir cada cosa como infinita: “si las puertas de la percepción se purificasen cada cosa aparecería al hombre como es, infinita”, nos dice Blake en El matrimonio del Cielo
y el Infierno. Dentro de este esquema de coherencia, Blake tiene que plasmar artísticamente su espíritu crítico. Para ello rentabilizó al máximo todo lo que las circunstancias pusieron a su disposición. Siendo la pintura su
máxima aspiración, comprobó que no podía pintar sin respetar las convenciones estéticas de la Royal Academy. Él quería asociar la sonoridad poética con la imagen. Por ello, aprovechó su formación
como grabador para materializar sus aspiraciones artísticas, tanto las poéticas como las plásticas. Para conseguirlo, creó nuevas técnicas de impresión que le permitieran unir la poesía, con el dibujo y con
el color, de forma que pudiesen transmitir un mensaje unificado e integrarse en una unidad gráfica. Tuvo la coherencia de crear de la nada su mundo artístico, con la imaginación como aliada, partiendo de modelos como la pintura Miguel
Ángel y la literatura de Milton. Los libros que imprime son el vehículo de transmisión de su mundo, de la mitología que crea para expresar sus ideas. Mezcla los hechos históricos con la ficción
para integrar la realidad y trascendencia a través símbolos. Blake conoció y se relacionó con los progresistas ingleses de su generación. Quiero destacar su amistad con la filósofa y escritora Mary Wollstonecraft (1759-1897),
autora de Vindicación de los derechos de la mujer y de otras obras que la convierten en una de las primeras teóricas del feminismo, con ella compartió puntos de vista sobre la igualdad de hombres y mujeres y para
ella trabajó como grabador. Blake, en Visiones de las Hijas de Albión (1793), uno de esos libros que integran ideas y expresión plástica, defiende los derechos de las mujeres y ataca la castidad y los matrimonios
de conveniencia. Tengamos en cuenta que Blake era una persona coherente, su relación con las mujeres distó mucho de ser la habitual en su época, tanto en la teoría como en la práctica. Blake no se acerca a la naturaleza como lo harán los románticos,
pero convierte el mundo vegetal, el animal, el mar, las nubes y los astros en una parte importante de su imaginario simbólico a la vez que, de acuerdo con su máxima de coherencia, los utiliza como elementos decorativos en sus pinturas y grabados,
pinta y dibuja el fuego, el viento, los rayos del sol como nadie. Por ejemplo, el uso que hace de las flores y las plantas es bella, delicada y plenamente original, y, además, ¡nos retrotrae a las ilustraciones de los códices medievales!
Coherencia e imaginación,
juntas son la piedra angular en la vida y la obra de William Blake. Esas dos palabras, entretejidas en una malla muy fina, sirven para resumir su vida. Jorge Luis Borges ha dicho para referirse a él: “no salió nunca
de Inglaterra, pero recorrió las regiones de los muertos y de los ángeles. Recorrió las llanuras de ardiente arena, los montes de fuego macizo, los árboles del mal y el país de los tejidos laberintos” para destacar
el protagonismo de la imaginación de Blake en cada manifestación plástica y poética, en cada pequeña idea, en las convicciones de la vida, en las acciones de cada día, en el mundo real, en el paraíso, en su
jardín. Por eso, lo invito a difundir y compartir su mundo en mi jardín.
jardines rebeldes
Helena Toraño
La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos. Este fragmento de un poema de Alejandra
Pizarnik se convierte en una analogía de la experiencia de acercamiento a unas manifestaciones artísticas que me han conmovido durante este otoño. Muestran, cada obra y cada artista a su manera, como la critica puede presentarse
a través de la belleza, de la belleza de los jardines. Avelino Sala utilizó esas palabras
de la poeta argentina en una instalación que forma parte de la exposición sobre la creación en la última década en Asturias. En ella cada artista considera su obra una herramienta para poner el foco en la reflexión
crítica de la realidad. Cada uno aborda la tarea con su propia voz. Por eso la muestra se titula Un relato polifónico, puede verse en el Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón. Y entre esos distintos
relatos, unos cuantos se fijan en el mundo vegetal, en los bosques y en los jardines. Esa es la parte de la selección de la comisaria, Semíramis González, que más me ha interesado. Entre los artistas, además de Avelino Sala,
me he fijado en Fina Miralles y Helena Toraño. Fina Miralles con una serie
de Fotografías en las que una mujer se convierte en la hierba que pisa como parte de un proceso de reflexión y concienciación en oposición a la leyenda de la Dafne clásica, recogida en las Metamorfosis de Ovidio, que se transforma
en árbol (laurel), como último recurso, para huir del abuso masculino. Los coloristas
cuadros de Helena Toraño que se muestran en esta exposición me han permitido indagar en su trabajo y comprobar que es una contadora de historias con mujeres o ella misma como protagonistas, que llena sus cuadros de objetos, de
humor y alegría, pero consigue que contengan múltiples lecturas e interpretaciones. Como buena jardinera de los pinceles, entre sus fuentes de inspitación está el mundo de la botánica.
La instalación de Avelino Sala con el poema de Alejandra Pizarnik, se concibió para Cáceres abierto
2021 como una obra para ser expuesta en el espacio público de esa ciudad. Es como el resto de sus proyectos, una forma inspirada de experimentación y reflexión crítica, y a veces poco cómoda, en torno a como
el arte puede dar lugar a nuevas realidades. ¿Será que como jardinera encuentro jardines
allá por donde voy? ¿entre los hierros oxidados de una alcantarilla de la que surge una flor, en una feria de arte o en una sala de exposiciones? Encontré otro jardín en el antiguo mercado del pescado de la Plaza de Trascorrales
en Oviedo en el espacio expositivo de la XI Feria de Arte Contemporáneo de Oviedo, en la que estaban presentes galerías de Oviedo, Gijón y Avilés. Desde Trascorrales pude contemplar los jardines que pinta Covadonga Valdés Moré, esos en los que el tronco de un pino se recorta
en el cielo azul oscuro y recuerda los grabados de Hiroshige. La arquitectura jardinera está presente a través del puente de Covadonga Valdés Sobrecueva y la casa de Mónica Dixon.
Cristina Fernández muestra las montañas, más allá del jardín, en su fotografía. Encontramos, también jardines metafóricos como los poéticos y surrealistas del Extraño continente de Yolanda Novoa desde los que dialoga con Meret
Oppenheim. Y los condensados en un elemento que caracteriza a mujeres vinculadas a la historia de la música de Emma Bi. No faltan los jardines abstractos. Los paisajes sutiles y poétiocos de Alfredo Díaz-Faez que se diluyen hasta que van desapareciendo los elementos figurativos. Y la pintura matérica
de Vicente Pastor que introduce en el cuadro fragmentos de naturaleza como el tronco de un árbol. Pasando de la crítica lírica a otra más acida: la hipoxia a la que estamos condenados si nos olvidamos de cuidar en medio natural que ponen en evidencia las fotografías de Andrea Rubio.
La mayor rebelión es la que se consigue a través de la belleza, de la exaltación de los
pequeños tesoros de la naturaleza, pero eso sí, mirando esas maravillas hasta el fondo, hasta pulverizarse los ojos. Alejandra Pizarmik en otro poema ha dicho ¿Quién no goza entre amapolas? Y también: la noche
se astilló de estrellas/ mirándome alucinada/ el aire arroja odio/ embellecido su rostro/ con música. Conseguir mover las conciencias mostrando la belleza de los jardines, de los bosques y de los paisajes, es una forma de despertar la razón, aguzar el espíritu crítico y alegrar el alma, Y viceversa, aliviar
la angustia sin apagar la rebelión. Miremos la rosa hasta pulverizarnos los ojos.
Séraphine, hada del bosque
La vieja hada de Senlis solo cree en su pincel, su
instrumento de conocimiento, en esa varita increíble que la hace relacionarse en pie de igualdad con lo desconocido y que es capaz de dotar a la naturaleza pasajera de metales únicos. Alain Vircodelet Había una vez una niña que se llamaba Sérafphine, era huérfana y como no tenía quien la cuidase, desde muy pequeña, trabaja como pastora. Su escuela será el bosque donde se siente acogida por los árboles,
por cada una de sus ramas y por sus hojas, así como por las plantas y por las flores que considera manifestaciones de Dios y regalos de la Virgen. Llevada por su misticismo decide que quiere ser monja, pero como es pobre solo consigue entrar al convento como limpiadora. En el convento busca una paz como la que halla en el bosque, pero no la encuentra. Por
eso, decide salir nuevamente para poder disfrutar de su vínculo con los árboles. Tiene que trabajar duro limpiando las casas de los burgueses de Senlis por cuatro perras. Los paseos por los bosques de los alrededores del pueblo le proporcionan
aliento para seguir adelante, busca con sus ojos de hada lo que se esconde detrás de la apariencia de las ramas, las hojas y las flores. Averigua como la magnificencia de la luz descubre las formas que no se ven. De todas formas, esta vida no la llena,
no apaga su fuego interior. Un día tiene una revelación, un ángel le dice que
debe pintar lo que ve en el bosque. Desde entonces, durante las noches, trabaja en sus cuadros pintando las hojas, las flores y los frutos, no como los ven los demás, sino como le dicta el ángel que son de verdad. Limpia, vaga por los campos
y pinta. Se siente, en sus ratos de ocio, un hada que puede desvelar los misterios del bosque con su varita mágica o con su pincel capaz de llenar de frutas, hojas y flores, tablas y cartones que encuentra entre la basura. Mientras, los vecinos del
pueblo la consideran una mujer rara, extravagante, simple y alocada. En 1912, llega a la población
de Senlis Wilhen Uhde, un marcharte y crítico de arte de origen alamán que había descubierto figuras tan importantes en el mundo del arte como Picasso, Matisse o Braque,
y a otros pintores que llama maestros primitivos como Rousseau. Contrata a Séraphine como limpiadora y queda asombrado cuando, casualmente, descubre una de sus obras. Decide apoyarla, la alienta para que siga pintando,
le paga lienzos y pinturas, se encarga de promocionarla y de vender sus cuadros. Este sería
un buen final para esta historia, pero la vida no termina en un momento de apoteosis, sigue su curso hasta que desgrana el último día y a Séraphine le quedan aún años por delante.
La Primera Guerra Mundial estalla en 1914 y Uhde tiene que salir de Francia dejando desamparada a Séraphine que seguirá con su vida de antes
de conocerlo. Después de la guerra Uhde vuelve a Francia, pero no se instala en Senlis sino que lo hace en otra población no muy lejos de allí: en Chantilly. La vuelve a encontrar y vuelve a apoyarla económicamente para que siga
pintando sin tener que limpiar. Pero como consecuencia de la crisis económica de los años treinta, se ve obligado a reducir la cuantía de la asignación económica que le pasa. Las relaciones se enfrían y Séraphine
va cayendo en el delirio hasta que es internada en 1932 en el hospital psiquiátrico de Clemont-de-L´Oise, donde deja definitivamente de pintar y muere en 1942 en una situación de total abandono por las restricciones impuestas durante la
Segunda Guerra Mundial. Los árboles son el motivo de las obras maestras de Séraphine
Luis o de Senlis en los años inmediatos a la crisis que justifica su internamiento. Según Alain Vircindelet, su biógrafo, el Árbol de la vida, pintado entre 1928 y 1930, es el
más logrado. Como los demás árboles que pinta está inclinado, a punto de derrumbarse, pero en un momento de plenitud, por el peso de sus ornadas hojas. Estos cuadros, recuerdan los árboles simbólicos del imaginario
persa y árabe que ella no ha visto nunca, ni siquiera sobre los fulares de cachemira que envuelven a las mujeres de la alta sociedad en esta época. Nadie sabe cómo Séraphine prepara sus lienzos, como elabora los pigmentos, como diluye los colores ni como pinta. Nos sorprenden los acabados lacados que consigue, recuerdan los tonos y el brillo
de las vidrieras góticas. Y nos sorprenden, más aún, las hojas de estos árboles: recuerdan plumas, están cargadas de perlas y piedras preciosas, se agitan como llamas y algunas parecen ojos que nos vigilan. Uhde, en sus escritos, compara a Séraphine con Van Gogh. Como este pintor, crea una botánica
con leyes particulares y secretas. Ambos utilizan los elementos de la naturaleza para crear mundos paralelos, bellos e inquietantes. Alain Vircondelet escribe la biografía de esta excepcional pintora titulándola, sencillamente, Sérahpine en 1986 para sacarla del olvido. En 2008 Martin Provost
dirige una película con el mismo título inspirándose en la biografía de Vircondelet por la que obtuvo el aplauso del público y de la crítica además de siete premios Cesar. En 2014 se organiza una gran exposición
para conmemorar el 150 aniversario del nacimiento de Séraphine en 1864. Su obra se conserva en el Museo de Senlis, en el Museo Maillot de París que reúne a los maestros primitivos descubiertos por Wilhelm
Uhde, en el Museo de Arte Naif de Niza y en el Centro George Pompidou. La historia de Séraphine Louis es oscura y difícil como el siglo XX con sus dos guerras mundiales y con su economicismo materialista que inducirá a talar los bosques y a apagar la vida de las hadas. Su historia,
a pesar de la biografía, la película y la exposición retrospectiva, sigue en el olvido. Séraphine es solo una mujer pobre casi analfabeta que vive en un pequeño pueblo de provincias y sin formación artística.
Poco importa que Uhde la promocionara como al resto de los artistas que descubrió. Ni que haya pintado obras que nos siguen sorprendiendo por su calidad, perturbadora intensidad y belleza. Ella es tan irrelevante como las hadas del bosque.
La casa-jardín de Lina Bo Bardi
Antes que un solar para construir aquel lugar era del árbol y de la vegetación que lo rodeaba. Estaba primero y tenía
preferencia. El diseño de la casa debía hacerse de acuerdo con esta premisa vital. Primero está la naturaleza con sus criaturas y después llegamos los humanos llenos de soberbia, transformando, algunas veces -muchas en realidad-
destruyendo, pensando solo en imponer nuestra voluntad, en demostrar que tenemos el poder. En el mejor de los casos, queremos hacer una casa domando y dominando el medio natural, queremos hacer una casa con jardín.
Lina Bo Bardi quiso hacer su casa de otra manera. Quiso crear una casa como un mirador sobre el paisaje, quiso hacer una casa en el árbol
manteniendo la distancia, abrazándolo y respetándolo. Quiso que el árbol entrase en su salón-comedor-biblioteca sin alterar su integridad, sin causarle ninguna molestia, sin sacarlo ni separarlo de su mundo. Xavier Monteys destaca que esta arquitecta hace algo inverso a lo que se suele hacer “en lugar de preservar
un fragmento natural salvaje encerrado en un patio de paredes de vidrio con la casa dispuesta alrededor de él, se construye la casa -cuando menos la sala- entre paredes de vidrio y se deja que la vida haga su trabajo y acabe por rodear la casa por completo”.
Así, la vivienda aparece como una burbuja de cristal entre los árboles y se convierte en una casa que acompaña a la vegetación del lugar, que quiere ser una casa-jardín.
Diseña la Casa de Vidrio para su familia en Morumbi, al sur de la ciudad de Sao Paulo, en un lugar boscoso y en pendiente
sobre esbeltos pilotes de acero que dejan intacta la mayor parte de la superficie natural y sobre los que se asienta el hormigón armado y el vidrio. El edificio se divide en dos partes, una más compacta, asentada directamente en el suelo en la
que se localiza la cocina y el resto de las dependencias de servicio, y otra con tres paredes de vidrío, donde se sitúa el salón-comedor-biblioteca y los dormitorios, asomada al dosel arbóreo que favorece el ensimismamiento y la
contemplación, a la vez que es filtro, persiana y celosía. La escalera es otro mirador al paisaje. La Casa de Vidrio es una edificación sin prejuicios, que sigue los principios del movimiento moderno, pero que no por ello, prescinde de los gustos personales, no sacrifica el color ni la practicidad. Se instalan
cortinas verdes, los pavimentos y los pilares son azules, los muebles eclécticos y variopintos acompañados de objetos de todo tipo y plantas. Por otra parte, se incorpora la perspectiva ecologista y la cultura local. Lina Bo Bardi (1914-1992) nació y estudió arquitectura en Roma. Emprendió su carrera como arquitecta en Milán,
donde trabajó con Gio Ponti y editó la revista Quiaderni di Domus. Durante la Segunda Guerra Mundial pasó un momento difícil, perdió su oficina en un bombardeo, pero publicó con Bruno Zevi
Cultura della Vita. Se casó con el crítico e historiador del arte Pietro Maria Bardi y fijaron su residencia definitiva en Brasil. En este país creó una nueva revista: Habitat
y diseñó los edificios más emblemáticos de su carrera. Entre sus obras
arquitectónicas más emblemáticas, además de la Casa Vidrio, destacan el Museo de Arte de Sao Paulo (MASP), el SESP Ponpéia y el Teatro
Oficina, también en Sao Paulo y, en Salvador de Bahía, el Solar Do Unhao. Para entender su manera de pensar y de entender la casa-jardín, es preciso tener en cuenta su faceta como dibujante e ilustradora. En sus dibujos convergen la representación a mano alzada, el auxilio del color y el uso de una
perspectiva que parece tener múltiples puntos de fuga. De esta forma, consigue que los propios dibujos parezcan jardines. Dibuja muros llenos de plantas, cultivadas y silvestres, que camuflan la construcción. Crea jardines verticales antes de
que se hable de ellos y sean tan populares como estas últimas décadas. Lina Bo Bardi
escribió una obra teórica para divulgar su visión de la arquitectura: Contribución propedéutica para la enseñanza de la Teoría de la Arquitectura que aboga por una arquitectura ecologista,
humanista y culta apoyada en los avances tecnológicos. Por sus aportaciones para hacer posible
la casa-jardín, a través de la Casa de Vidrio, decido nombrarla Jardinera de Honor. Buscando datos sobre Lina Bo Bardi descubro que, casi treinta años después de su muerte, es reconocida
con el León de Oro a la trayectoria profesional in memorian en la próxima edición de la XVII Bienal de Arquitectura de Venecia que desarrollará entre el 22 de mayo y el 21 de noviembre de 2021. Fue propuesta
por el actual comisario, Hashim Sarkis, entre otras cuestiones, por integrar en sus diseños arquitectura, naturaleza, vida y comunidad. ¡Feliz coincidencia, Lina Bo Bardi está de relevante actualidad en los medios profesionales, culturales
y mediáticos¡ Y a la vez, lo está en este humilde y etéreo jardín por las mismas razones.
Mariposas, neurociencia y arte
“El jardín de la neurología brinda al investigador espectáculos cautivadores y emociones artísticas incomparables.
(…) Como el entomólogo a la caza de mariposas de vistosos matices, mi atención perseguía, en el vergel de la sustancia gris, células de formas delicadas y elegantes, las misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de
alas quién sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental.” Recuerdos de mi vida
Santiago Ramón y Cajal En La laboral Centro de Arte y Creación industrial, podemos participar, hasta finales de abril, en un conjunto de experiencias que intentan poner en relación la neurociencia con el arte. El título de la exposición
es muy hermoso: Cuando las mariposas del alma baten sus alas, haciéndose eco de la expresión de Santiago Ramón y Cajal que aparece en la cita que encabeza este texto. No cabe duda que Ramón y Cajal fue
el primero que intentó buscar esa relación entre ciencia y arte. Indagó en su propia mente, la posibilidad de mostrar y transmitir a través de metáforas como la de las mariposas del alma y su batir de alas
la transcendencia del jardín de la neurociencia. Se encontró con que solo la poesía le permitía rebosar los límites tradicionales de las disciplinas físicas, con que debía buscar el concurso de
herramientas propias del arte para expresar el funcionamiento de la mente humana. En la exposición, se hacen un conjunto de propuestas artísticas en las que las neuronas (las mariposas del alma) son las protagonistas. Se relacionan ciertas manifestaciones artísticas
con el estudio que hace la neurociencia de la percepción, el pensamiento, las emociones y las inteligencias múltiples humanas. El soporte de las distintas propuestas y su campo de experimentación, son las tecnologías actuales y
los avances en inteligencia artificial. Queda abierto todo un caudal de preguntas que se pueden resumir en una: ¿qué puede aportar el arte a la comprensión del cerebro y la mente? La visita a la exposición evidencia algunas
de las posibles vías de intercomunicación entre el campo científico, tecnológico y artístico.
Son diecisiete propuestas de catorce artistas y colectivos de ámbito nacional e internacional con fotografías, instalaciones interactivas
y acciones participativas. Algunas de ellas son fruto de la colaboración con ingenieros y científicos de distintos ámbitos.
La exposición cuenta con el asesoramiento científico interdisciplinar del Centro de Inteligencia Artificial AIC y del Instituto de Neurociencia
INEUROPA de la Universidad de Oviedo. Entre esas diecisiete propuestas he elegido dos: LANCEL/MAAT: Kassing Data, 2018 y JUSTINE EMARD: Co (Al) xistence, 2017. Os quiero tentar con esta pequeña muestra y con las la explicación de las mismas a través
de los enlaces que se ofrecen en la exposición. En la primera se investiga en la importancia del contacto físico y los afectos a través de una performans recogida en un video, ofreciendo un paisaje sonoro que sería el retrato de los besos compartidos:
https://soundcloud.com/laboralcda/lancel/s-PtfllfdvYqy?in=laboralcda/sets/audioguia-esp-cuando-las-mariposas-del-alma-baten-sus-alas/s-6515hV4pq03
La segunda propuesta indaga en lo que hace falta para que una máquina se vuelva humana mediante las reacciones y respuestas del robot Alter:
https://soundcloud.com/laboralcda/justine/s-JPGPc4Vn79o?in=laboralcda/sets/audioguia-esp-cuando-las-mariposas-del-alma-baten-sus-alas/s-6515hV4pq03 Es una exposición muy ambiciosa que puede despertar la sensibilidad de los visitantes. Si tienes la suerte de
visitarla, como me sucedió a mí, casi sola en las salas de La Laboral, quizás las conviertas en un jardín en el que las mariposas de tu alma empiecen a batir las alas.
Tejedoras de historias
Esta mujer se identifica con Hipatia en LA ESCUELA DE ATENAS de Rafael Sanzio
“Parecen dibujos, pero dentro de las letras están las voces. Cada página es una
caja infinita de voces” Mia Couto Trilogía de Mozambique Entre las múltiples
aportaciones de la lectura de El infinito en un junco de Irene Vallejo, esa maravillosa narración sobre la invención de los libros, la lectura y la escritura en el mundo antiguo, quiero destacar la investigación
que su autora emprende para encontrar la vinculo de las mujeres con la narración oral, los libros y la escritura. Ellas desde la noche de los tiempos son las tejedoras de palabras, por eso la escritura está llena de metáforas
procedentes del mundo de la costura y el tejido: “hilar el relato”, “seguir el hilo”, “trama”, “nudo”, “desenlace”… Son muchas las relaciones entre coser y narrar, entre textos y textiles.
Nos muestra que las mujeres son un eslabón fundamental en la trasmisión de la cultura y en la educación. Mil quinientos años antes que Homero, una mujer es la primera persona que firma un texto. Su nombre es Enheduanna, escribió un conjunto de himnos que aún resuenan en los Salmos de la Biblia. Los estudiosos
la apodaron la “Sakespeare de la literatura sumeria” por la brillantez de su escritura. Era hija del rey Sargón I de Acad, que unificó los territorios del centro y sur de Mesopotamia creando un gran imperio.
Solo ha conseguido mantenerse una mujer en el canon literario griego: la poeta Safo, pero eso
no significa que en Grecia las mujeres no escribieran. A pesar de las dificultades para formarse que tuvieron, quedan fragmentos de poemas o noticias de sus nombres. Curiosamente, Atenas, la capital de los experimentos políticos, de la osadía intelectual y del arte, fue una de las ciudades griegas más represiva para las mujeres. Pero
en la costa de Anatolia y en las islas del Egeo el encierro y las prohibiciones para las mujeres no eran tan estrictas. Se educaba a las niñas de las clases nobles y ricas. Safo se dedicó a educar a grupos de hijas de las familias
más ilustres. Se sabe que en Rodas la joven Eumetis, hija del rey Cleóbulo
de Lindos, uno de los siete sabios de Grecia, participaba en los banquetes masculinos y que escribió un libro de adivinanzas en hexaedros. La llamaban Cleobulina y fue parodiada en una pieza de teatro titulada Las Cleobulinas.
De Jonia procedía, también Aspasia, segunda esposa de Pericles que fue profesora
de oratoria de su propio marido y discutía de filosofía con Socrates y con Platón. A ella se le atribuyen dos epitafios, el que se conoce como Epitafio de Tucídides, por aparecer en una de las obras de
este historiador, en boca de Pericles y el Epitafio de Menéxeno que le atribuye Platón y que aún sirve de inspiración para los defensores de la democracia.
Aspasia tiene que haber sido una de las pioneras del movimiento de emancipación femenina que daría fundamento social a obras
de teatro como Medea de Eurípides, que cuestiona el sometimiento de las mujeres a sus esposos, y a comedias de Aristófanes como Lisistrata, en que
las atenienses deciden abstenerse de relaciones sexuales mientras sus maridos sigan guerreando, y Las asambleístas, donde se presenta un Estado regido por mujeres. Incluso pudo influir en el cambió que experimentó Platón,
en relación con las mujeres, cuando afirma en La República: “no hay ninguna ocupación entre las concernientes al gobierno del Estado que sea de la mujer por ser mujer ni del hombre en tanto que hombre”.
En Grecia hubo también mujeres filósofas. Sabemos de algunas que asistían vestidas de hombre
a la Academía de Platón. En El jardín de Epicuro se admitía a las mujeres, Leoncia fue una filosofa de esta escuela, escribió un libro sobre los dioses atacando las tesis
de Teofrasto. Hiparquia de Maronea, de la escuela de los cínicos, es la única a la que los historiadores dedicaron una breve biografía. Las aristócratas romanas se encargaban de la educación de sus hijos y acudían con sus maridos a los banquetes donde eran capaces de poner en aprietos con su retórica
a los hombres. Por primera vez hubo en las familias nobles madres e hijas ilustradas que conversaban, leían y sabían utilizar el poder de la palabra. Ovidio decidió dos obras a las mujeres: un tratado sobre cosméticos
y maquillaje y El arte de amar, manual en verso que explicaba las tretas de los seductores para engañar a las mujeres. Marcia, hija del historiador Cremucio Cordo se arriesgó a guardar un ejemplar de Los Anales de su padre cuando se ordenó quemar todos los
ejemplares de la obra. Era una gran lectora, especialmente de filosofía. Seneca la admiraba y le dedicó un ensayo. Quedan breves fragmentos, citas y referencias de veinticuatro autoras romanas. Todas eran ricas y pertenecían a familias importantes. Destacan Julia Agripina, esposa de Claudio que escribió
unas memorias y Cornelia, madre de los Gracos, de la que se conservan dos cartas completas. Hipatia, hija del filósofo Teón, destacó en los campos de la astronomía y las matemáticas. Pereció, victima de intrigas políticas, con la Biblioteca de Alejandría, donde estudiaba
y trabajaba, a principios del s. V d. C. El canon y el tiempo han ido apagando las voces de muchas
mujeres, pero ellas han seguido tejiendo historias. Cada referencia y cada página escrita son una caja infinita de voces.
Cinco metamorfosis de amor, preludio y coda
APOLO Y DAFNE de Gian Lorenzo Bernini
Se ha dicho muchas veces que Metamorfosis de Ovidio es una enciclopedia de mitología
clásica en la que se relatan una sucesión de metamorfosis de divinidades y de algunos humanos. Pero es mucho más, ya que responde, desde el punto de vista formal, al mismo imperativo dinámico. En esta obra, también mudan
de forma los recursos y los géneros literarios. Ovidio engarza las transformaciones
a través de un relato coherente y organizado que comienza con la creación del mundo y termina con la exaltación de la figura de Augusto. Y cuenta este largo periodo mítico con abundantes dosis de humor e ironía.
El principal agente transformador de las Metamorfosis es el amor. Los seres divinos enamorados, rechazados o
perseguidos se convierten en roca, isla, fuente, río, animales salvajes, peces, serpientes, seres fantásticos, flores y árboles. Los bosques, las fuentes, las lagunas y las cuevas son lugares amenos en los que brota el misterio, el gozo, la poesía y el amor. Por eso las transformaciones en árboles suelen tener un carácter
positivo, son una recompensa merecida por las buenas acciones o un consuelo ante acontecimientos trágicos. Aquí y ahora, a la sombra de los árboles de mi jardín quiero evocar cinco de estas bellas metamorfosis vegetales, incluyendo
un preludio musical y una coda jardinera. En el preludio nos encontramos a Orfeo
tocando su lira en una colina sin sombras mientras observa como el lugar se va poblando de robles, tilos, hayas, laureles, avellanos, fresnos, abetos, encinas, plátanos, arces, sauces, tamariscos, arrayanes, olmos, palmeras, pinos y cipreses, poco a
poco, al compás de la música. ¿Estará pensando en Eurídice o en un efebo?. Dos metamorfosis de amor correspondido. En primer lugar los ancianos, Filemón y Baucis, ejemplo de fidelidad. Habiendo vivido desde su juventud juntos piden a los dioses morir en el mismo instante. Gracias a la hospitalidad con que reciben en su casa a Jupiter y Mercurio disfrazados de mortales ven cumplido su deseo convirtiéndose, al morir juntos, en una encina y un tilo. Y los amores
contrariados de los jóvenes Píramo y Tisbe que se citan en secreto bajo una morera blanca. Ella llega antes y se oculta en una cueva al ver a una leona con las fauces ensangrentadas, mientras tanto
llega él y al ver el manto desgarrado de ella y a la leona piensa que su enamorada ha sido victina de la fiera y se da muerte desesperado. Cuando ella vuelve y encuentra el cuerpo de su amado en el último suspiro, se da muerte con la espada de
Píramo. Tisbe pide a los dioses que les permitan ser enterrados, a pesar de la oposición de sus padres al noviazgo, en el mismo sepulcro y que aquel árbol conserve las señales de la matanza. Los frutos níveos del moral
se hicieron negros en conmemoración de la sangre de los dos jóvenes amantes que fueron enterrados bajo sus ramas. Otras dos metamorfosis de amor filial desmesurado. La de las Heliades, hijas del Sol y hermanas de Faetón, que en el luto por su hermano se convierten en árboles, su madre intenta rescatarlas mientras
ellas lloran y las lágrimas se transforman en gotas de ámbar. Y la de Mirra, enamorada de su padre que se convirtió en el árbol
de la mirra del que manan lágrimas de resina y del que nace el hijo de ese amor incestuoso: Adonis. Y Dafne la ninfa, de la que se enamora Apolo cuando Cupido, como venganza, lo saetea con sus flechas después de herir a la ninfa con una flecha de plomo que induce al odio. Ella huye una
y otra vez, cuando Apolo está a punto de alcanzarla, pide ayuda a su padre que la convierte en laurel. El dios ante la imposibilidad de amarla, de otra forma, decide coronar su cabeza con las hojas de este árbol y convertir este adorno
en símbolo del triunfo. Esta escena ha sido fuente de inspiracion para muchos pintores, pero la escultura de Bernini es, quizás, la representación más genial de Dafne transfigurandose en laurel cuando Apolo la toca. La coda es para otra ninfa, Pomona, dedicada al cultivo de los huertos, en vez
de a la caza y al culto de Diana como sus compañeras. A ella le pedimos ayuda e inspiración para cuidar este jardín y mudar los pequeños brotes en árboles, flores y jugosas lecturas como las Metamofosis
de Ovidio.
Filosofía del jardín
Pintura de una mujer con una tablilla para escribir hallada en Pompeya
En mi jardín no puede faltar la filosofía, entendiendo esta materia como una guía para la felicidad. El primer filósofo
de mi jardín es Epicuro. Merece este honor más que ningún otro ya que a su doctrina se la llamó la filosofía
del jardín. Para poder llevar a cabo su proyecto personal e intelectual abrió un centro en Atenas que se conoció como el Jardín. Era un lugar para convivir, reflexionar, estudiar, trabajar y ser felices. Epicuro busca
en el aislamiento mundano y la vida sencilla del jardín refugio contra un mundo hostil que le sobrecoge. En el Jardín acogió a mujeres (gran novedad en las escuelas filosóficas griegas) y hombres, sin distinción de clase
social ni condición para vivir ocupados en el estudio y el conocimiento, disfrutando de la amistad y el sentido estético, así como de los placeres sencillos. El objetivo de la filosofía de Epicuro es (como el del resto de escuelas morales helenísticas) el arte de la vida, la realización de una vida buena y feliz. La filosofía tiene una doble tarea: combatir las ideas
falsas que fomentan el miedo y el sufrimiento y crear un estado de ánimo favorable en toda circunstancia y lugar. De esta forma las personas pueden ser soberanas de sí mismas. Para alcanzar la felicidad es preciso conocer las causas reales de las cosas. Liberarse de fantasmas, creencias angustiosas y esperanzas sin fundamento. El saber científico, es un instrumento para rechazar
las supersticiones, por eso Epicuro dedicó gran parte de su obra al estudio de los fenómenos naturales y a su explicación según los principios de atomismo. Distinguían los epicúreos entre naturaleza -el reino de las cosas vivas, los paisajes, tanto terrestres como acuáticos y los objetos celestes- y convención, es decir, actitudes
y creencias dependientes de nuestra constitución especialmente humana. Esta distinción permite relativizar nuestra visión particular del mundo a la vez que permite mantener una perspectiva crítica de la política, la economía
y las relaciones sociales. Las instituciones (escuelas, tribunales, sistemas policiales, gobiernos) son convenciones. De la misma forma que son también convenciones nuestra forma de ver y vender las cosas. Apunta Carlos García Gual que en la obra de Epicuro destaca más la coherencia que la originalidad, ya que se puede interpretar como una síntesis de
las teorías de otros pensadores griegos, y además, consigue armonizar, en un sistema nuevo, todas las ideas surgidas en la tradición anterior. Sistema en el que rechaza la tradición más inmediata, la aristotélica,
y se enfrenta a Platón. Epicuro escribió mucho, uno de sus seguidores, Diógenes Laercio, afirma que superó
en extensión a los demás filósofos, pero la mayor parte de esa obra se ha perdido. Este erudito historiador de la filosofía dedicó el último libro de su Vida y opiniones de los filósofos antiguos
al epicureísmo con simpatía y admiración. En este libro se conservan tres cartas fundamentales de Epicuro y las Máximas Capitales. Además, algunos fragmentos de la obra de Epicuro se han recuperado entre los papiros carbonizados como consecuencia de la erupción del Vesuvio (año 79 d.C.) en la Villa de los Papiros situada en Herculano. Esta villa
guardó durante siglos la biblioteca, carbonizada, que Filodemo formó con las obras de la escuela epicúrea que logró reunir y con sus propios escritos. Y que ahora, medios técnicos y estudios, han logrado restituir en parte.
Por otro lado, podemos acercarnos a la obra de Epicuro a través de fervorosos discípulos que aunque no conocieron personalmente al maestro
divulgaron su obra. En primer lugar debemos citar al poeta romano Lucrecio autor del poema didáctico y filosófico De rerum natura. Filodemo desde su Siria natal, viajó a Atenas y se instaló
en Herculano, donde se concentró en la poesía y la formación de una biblioteca epicúrea. Y Diógenes de Enoanda que en la plaza del mercado de su ciudad, Enoanda, mandó grabar una inscripción
con textos de Epicuro. Podríamos resumir filosofía del jardín en cuatro puntos: - La
felicidad es alcanzable, consiste en la satisfacción de los placeres naturales y necesarios, tanto los del cuerpo como los del alma. Y en negarse a satisfacer deseos como poder, dinero, riquezas, honores... - Los dioses no son entes a los que temer y no intervienen en la vida terrenal. - El sufrimiento es soportable. Si es terrible acaba por derrotarnos, y si no nos derrota es que no era tan terrible. - No debemos tener miedo a la muerte. Si estoy aquí, quiere decir que ella no está, y, si aparece la muerte, yo ya habré dejado de estar. La razón juega un papel decisivo en lo que respecta a nuestra felicidad: nos permite alcanzar el estado de total sosiego (ataraxia), de absoluta imperturbabilidad ante todo (Epicuro lo
compara con el total reposo del mar cuando ningún viento mueve su superficie) y nos da libertad ante las pasiones, los afectos y los apetitos. El sabio alcanza la vida buena y feliz gracias a esta autonomía frente al dolor y los bienes exteriores,
y sobre todo, esto es fundamental, a los amigos con los que compartir los placeres en el jardín. Como Epicuro en la puerta de su jardín,
quiero colocar en el mío la inscripción: “Extranjero, aquí harás bien en demorarte, aquí el máximo bien es el placer”
Setenta balcones y ninguna flor
Paseando por Buenos Aires, sin salir de Gijón, gracias a la magia del Taller literario Hugo Lollini, estoy frente
al edificio que hace esquina entre las calles Pueyrredòn y Corrientes. Sigue teniendo setenta balcones y sigue sin tener ninguna flor, como observara el poeta Baldomero Fernández Moreno (1886-1950), hace ya mucho tiempo,
cuando paseaba por la ciudad y la emoción le llevó a escribir su poema más celebrado: Setenta balcones y ninguna flor Setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor. ¿A sus habitantes, Señor,
qué les pasa? ¿Odian el perfume, odian el color? La piedra desnuda de tristeza agobia, ¡Dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia? ¿No hay algún poeta bobo de ilusiones? ¿Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín? ¿En la piedra blanca trepar los rosales, en los hierros negros abrirse un jazmín? Si no aman las plantas no amarán el ave, no
sabrán de música, de rimas, de amor. Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave…
¡Setenta balcones y ninguna flor! Otras fuentes consideran que el edificio que inspiró este poema en 1917, estaba en la Avenida Rivadavia,
pero poco importa que sea este, aquel o el otro, han pasado ya más de cien años y, antes como ahora, hay muchos edificios con ventanas y balcones que lucen pocas o ninguna flor. Los hay en Buenos Aires y también en Gijón. Precisamente,
el edificio en el que vivo está lleno de ventanas pero sin alfeizares para colocar alguna maceta de la que crezcan plantas y alguna flor.
El poema es uno de los muchos frutos emocionales que le produce al poeta caminante la ciudad de Buenos Aires. Baldomero comenzó
muy joven a recorrer la ciudad y siguió haciéndolo hasta el final. El imaginario urbano es parte integrante de su poesía y se puede establecer, así una analogía, entre Baldomero Fernández Moreno y Charles
Baudelaire, poeta flaneaur inmerso en las multitudes de París. Tienen, los dos, una visión intimista y afectiva de la ciudad. Ambos, además contraponen la gran ciudad con el campo. Nuestro poeta caminante, convierte la observación
atenta del paisaje rural en materia poética y en fuente de conocimiento, por eso comenta que “acostumbrados los hombres a mirar a lo lejos y a lo alto, a contar rebaños y toneladas, aún no han bajado los ojos ávidos
hasta las flores silvestres que rozan sus botas. Aún no han sabido conquistar, por pétalos bautizados, la tierra que pisan tan orgullosamente”. Dar nombre a lo que nos rodea, incluso a las más humildes flores es para el poeta
peripatético, hacer nuestra una parte de la naturaleza, poner en evidencia el poder creativo de las palabras. Solo tenemos y vemos lo que nombramos. La diferencia entre ambos radica en que el poeta francés escribe en las calles y el argentino lo hace, más tarde,
valiéndose del recuerdo: Mas como estoy, amigos, al azar caminando mirando a todas partes, nada más que mirando, y no hayo en mis bolsillos, ni lápiz ni papel, (la
pipa, unos centavos, un tabaco de miel), para fijar siquiera el momento de pasa, y aún me falta bastante para llegar a casa, en vez de gran
poema que me diera la gloria, confío unas palabras vagas a la memoria. En otro momento, Baldomero nos aclara: unos versos se tartamudean
en una callejuela, se apuntan en un café del camino, y se ponen en limpio sobre una mesa de roble. Baldomero necesita la calle pero se refugia a escribir en casa, es en hogar donde encuentra su realización personal: Quitar las hojas secas a mis plantas,
tomar la pluma y escribir dos versos, besar tus labios, sonreír al hijo… No tengo fuerzas para más ni quiero Realización que está unida a las plantas
de su casa o su jardín y, también a la lectura, por eso Baldomero Fernandéz Moreno echó de menos las flores en los balcones de ese edificio y de tantos otros de su Buenos Aires. Así nos lo cuenta
el mismo: “No todo consiste en echar mano de un libro cualquiera y sentarse a leer. Hace falta haberse levantado temprano, haber trabajado toda la mañana en cosas antipáticas, haber descabezado un sueño tras el almuerzo
y volver a la misma labor por la tarde. Aproxímase entonces, con el crepúsculo, el momento de gozar de una buena lectura. Todavía es necesario que tengáis un jardincito -cuatro plantas, cuatro senderos- que con minucioso regalo,
cuidéis vosotros mismos. Ahora sí. Cuando hayáis dejado la última gota de vuestra regadera en los labios de la última flor, podéis pedir el sillón de mimbre, sentaros en uno de los caminos, y abrir el libro
empezado”. Yo
también necesito la casa, refugio de la lectura y las plantas que, aunque no puedo colocarlas en el balcón ni en la ventana, las tengo dentro. Las necesito para confortarme, para sentirme en el hogar, en mi jardín. Y después de
regar las plantas, de dejar una gota en los labios de alguna flor, cuando la oscuridad se va imponiendo sobre el crepúsculo, me gusta quedarme en casa, porque como aquella noche, ya es tarde, y está a punto de surgir la estrella: Entonces se agrandó, se
abrió como una flor, una férvida plata cuajóse en su interior y embriagada de luz empezó a parpadear... No tenía
otra cosa que hacer más que brillar. Leeré unos versos de Baldomero y llegará la hora de acostarme: las almohadas creeré que son un montón de flores, y frescas hojas las sábanas y soñaré
con balcones llenos de flores.
El Señor de la Montaña
“Quiero que la muerte me encuentre plantando mis coles, pero despreocupado de ella, y aún más de mi inacabado jardín” Michel Eyquem de Montaigne
La
primera visita a la torre del Señor de la Montaña, Montaigne, la hice con Tzvetan Todorov (que por cierto murió hace algo más de un mes) con su libro, El jardín imperfecto,
entre mis manos. La segunda visita la hice en compañía de Jorge Edwards y su obra La Muerte de Montaigne. Ya
en la primera visita quede prendada del filosofo y pensador del s. XVI que se mostraba como percusor del pensamiento de la Ilustración, gran conocedor del género humano considerado, tanto en su faceta privada e individual, como en sus manifestaciones
públicas y sociales. Así como el referente del humanismo inspirador de una perspectiva política para los tiempos actuales, superando el antagonismo entre capitalismo y comunismo que protagonizó el s. XX y como disyuntiva a los populismos
excluyentes que se presentan en el umbral del s. XXI. Desde entonces El Jardín Imperfecto de Todorov, inspirado en el pensamiento de Montaigne, goza de un puesto destacado en mi biblioteca y no olvido estas palabras:
“Dios no nos debe nada, ni la Providencia, ni la Naturaleza. La felicidad humana está siempre en suspenso. Podemos sin embargo preferir, antes que cualquier otro reino, el jardín imperfecto del hombre, no como un remedio para salir
del paso, sino porque es el que nos permite vivir de verdad”. Jardín imperfecto desde el punto de vista personal e individual y, también, desde el punto de vista social. La perfección no existe, es solo una constante aspiración.
La muerte de Montaigne de Jorge Edwards es una obra de difícil encasillamiento por su forma. Es un ensayo y es una
novela en la que los aspectos históricos son importantes y que quiere rendir tributo a la manera de escribir de Montaigne, su protagonista. Edwards relaciona al Señor de la Montaña con Miguel de Cervantes y con François Rebelais,
presentando a los tres escritores como padres de la literatura moderna y como lúcidos maestros interpretando composiciones llenas humor y de ironía. Me recuerda a Kundera en Testimonios traicionados
cuando analiza la literatura dentro del contexto del arte y considera a Cervantes y a Rebalais, con El Quijote y Gargantua y Pantagruel, los precursores de la novela moderna
por su sentido del humor, por su libertad compositiva y por su capacidad para aproximar los elementos intrascendentes con la reflexión filosófica.
Repito: humor, libertad compositiva y capacidad para aproximar elementos intranscendentes con la reflexión más sesuda. Estas son las
cualidades de los textos de Cervantes y Rebalais, pero lo son, además, de los escritos del Señor de la Montaña. Jorge Edwards incluye en este grupo fundador de la literatura moderna europea a Montaigne,
convirtiendo el dúo en trío y ampliando el horizonte literario con la introducción del género ensayístico. Y hace esto rebatiendo a Michelet, historiador del s. XIX, que le sirve de contrapunto a lo largo
de su obra para contar la vida de Montaigne y que, además, no sentía simpatía por la moderación de la acción y pensamiento de Montaigne a pesar de su influencia en dos monarcas franceses: Enrique III y en Enrique IV.
Para Jorge Edwards “Montaigne y Rebelais, o la síntesis de ambos, inspiraron, quizá, desde lejos,
desde la libertad razonable, burlona, ya de risa carnavalesca, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”. Por otra parte, en esta fabulación incluye un personaje femenino, Marie de Gournay, admiradora
y posible amante de Montaigne, como figura necesaria para terminar de configurar, desde las postrimerías del s. XVI, el pensamiento de la Ilustración. Maríe estudiará el pensamiento del Señor de la Montaña como punto
de partida de una perspectiva que anticipa el feminismo. Los ensayos de Montaigne nos recuerdan que la empresa para disfrutar de
la vida y construir un mundo mejor ha empezado hace mucho tiempo y no puede detenerse a pesar de vivir malos tiempos, los suyos estuvieron llenos de guerras de religión. A veces sentimos nuestra vida y la historia como una carga, nos vemos como Sísifo
cargando la piedra que siempre vuelve a caer, pero no es una maldición, es simplemente la condición humana que no conoce ni lo definitivo ni lo perfecto. Vivamos con alegría en este jardín imperfecto. Libros como estos alientan
a continuar.
Testamentos de humor y felicidad
La alegría de vivir, Matisse
En los Testamentos traicionados Kundera reflexiona sobre la novela dentro del contexto de la historia en general y
de la historia del arte en particular. Esta obra, por su carácter de ensayo, estaba relegada en mi biblioteca, puede decirse que traicionada, ante el supuesto de su seriedad, a la espera de un momento en el que estuviera dispuesta a leerla de forma
concienzuda. La espera se convirtió en olvido hasta la publicación de La fiesta de la insignificancia. Tuvo que ser la actualidad la que me hizo volver al estante dedicado a Kundera para ver que allí estaba esperándome
esa obra que me sorprendió, al comenzar a leerla, con su gracia e ironía. Entre las páginas de los testamentos encontré
verdaderas joyas, interesantes perspectivas sobre el papel del arte, especialmente sobre la música y la literatura contadas con ligereza y frescura, cualidades sorprendentes en una obra que parece un sesudo libro teórico. Está escrito
como una novela, dividido en capítulos que forman una trama organizada como una composición musical, con un conjunto de personajes que sirven para explicar el hilo argumental y presentar su tesis sobre la naturaleza de la novela. La esencia de la novela y del arte en general está en el humor, en la ironía, en la libertad compositiva, en la proximidad de los elementos
intrascendentes con la reflexión filosófica. Cervantes con El Quijote y Rebalais con Gargantua y Pantagruel son los padres de la novela europea y marcan el rumbo de una forma no seria
de entender la literatura. Durante el s. XIX se abre otro camino en el que se identifica la novela con la verosimilitud y se convierte en testimonio de un momento y una situación determinada. La novela con Balzac y Zola crea servidumbres sociológicas,
tiene que ser el reflejo fiel que complete los datos históricos de un momento. Esta obligación establece una serie de normas compositivas para mostrar, además de la trama, el contexto histórico. La novela del siglo XX se puede entender como una continuación de la del siglo XIX, pero también se puede encontrar la trayectoria de Cervantes y Rebalais.
Kundera habla de dos medios tiempos para explicar esta cuestión, yo simplifico el asunto entendiendo que hay dos tradiciones en la novela europea: la realista heredada de los grandes novelistas del siglo XIX y la no realista
inspirada en las novelas de los siglos XVI, XVII y XVIII. Estos últimos apuestan por divertir, por pensar a partir de la ironía y el sentido de humor, pueden ser exagerados, distorsionar las coordenadas espacio-temporales de la realidad, pero
también crear verdaderas obras de arte. Tenemos que pensar en las novelas de Kafka, Musil, Kundera, Kadarê, Rushdie, Fuentes, Millás, Mendoza, Saramago,…Mi intuición me haría situar dentro de este grupo a Nobokov, a
su Lolita y también a Pnin, me resulta difícil entender estas obras como reflejos fieles de la realidad y prescindiendo de la ironía y el humor. Pero Kundera afirma que Nobokov considera
El Quijote un libro sobrevalorado, ingenuo, repetitivo y cruel, Sancho pierde demasiados dientes. Parece que no entiende que estamos ante un mundo creado por sortilegios del narrador que inventa, que exagera, que se deja llevar por
sus fantasmas, por sus excesos, que no se puede tomar al pie de la letra. Creo que a Nobokov, aunque le pese, tampoco se le puede tomar al pie de la letra. Las obras de arte hechas con humor pueden acercarnos a la felicidad: “se podría hacer toda una lista de obras de arte que están impregnadas de esa felicidad: junto a Stravinski, toda la obra de Miró, los cuadros
de Klee, de Dufy, de Dubuffet, algunas prosas de Apollinaire, Janácet en su vejez, algunas composiciones de Poulanc (…) Matisse y Picasso supieron, en contra del espíritu de los tiempos conservarla todavía en su arte”.
Los testamentos traicionados son una lectura imprescindible para disfrutar de la novela, y del arte en general, con calma, saboreando lo que está detrás de las palabras, las notas y los colores. Kundera nos pone en las
manos la cuchara y el tenedor, transformadas en la ironía y el humor, para buscar el placer y la felicidad en el festín del arte.
Casas con alma
Al igual que la luz del sol envuelve a los objetos indefensos, revelando su forma y su expresión, del mismo modo
una luz correspondiente, cuyo símbolo es el sol, emana de la obra inspirada de la humanidad. Esta luz interior es la garantía de que la arquitectura, el arte y la religión del hombre son todo uno: sus emblemas simbólicos.
F. Ll. Wright Cada espíritu
construye su propia casa y en su casa está su mundo y en su mundo su cielo. Emerson Si vives en una casa concebida en comunión con la naturaleza que la rodea como una planta que surge y florece en un jardín, en una casa entendida como un todo y no como
la adición de distintas piezas y donde el interior y el entorno se perciben como una unidad, entonces tienes la enorme suerte de habitar un espacio con alma, un ámbito que sentirás como una prolongación de ti, de tu mundo íntimo
proyectado hacia el exterior y hacia la comunicación. No es fácil encontrar hogar de estas características, pero si lo consigues no puedes relajarte y disfrutar esa bendición en silencio, estas deseando que tus amigos la disfruten
y querrías proclamarlo a los cuatro vientos para que el mundo entero lo sepa. Supongo, que esto es lo que le sucedió a T.
C. Boyle cuando decidió escribir una narración sobre la vida de Frank Lloyd Wright, del arquitecto de la casa en la que reside actualmente en California, del espacio que habita asentado en la tierra como un árbol gracias a la imaginación
y el genio de Frank. Retrató al hombre que está detrás del gran arquitecto a través de la mirada de las mujeres que estuvieron a su lado. Estamos hablando de Las Mujeres, la novela que se publicó
en 2009, en España por Impediemnta en 2013. Boyle ofrece esa perspectiva, creando una ficción en la que uno de los
jóvenes, que decidieron ampliar su formación como aprendices en Taliesin (la hermandad que Wright creo en Wisconsin), cuenta a su yerno sus experiencias para que las pase al papel. El resultado es magnífico y delicioso. Conocemos así a un hombre con una fuerte personalidad y convicción de su propia genialidad, con una gran sensibilidad hacia la belleza, la naturaleza y el
arte que intenta integrar en sus obras creando construcciones que califica de orgánicas. Al admirador y coleccionista de grabados japoneses, al joven que leía a Blake, Whitman, Emerson y Thoreau, al entusiasta de la música
y de la poesía, al amante, al marido y al padre, al ser abrumado por las desgracias que se sobrepone, al artista que ama los materiales naturales (la piedra y la madera) y el trabajo humano y, sin embargo, alcanza grandes logros con los materiales
industriales y las máquinas, situándose en primera línea y estando más allá de las modas, al diseñador de muebles, objetos domésticos y ropa, al escritor de su propia biografia, al urbanista del proyecto utópico
de Broadacre City. En suma, estamos ente el constructor de su vida y su mundo, contra viento y marea. Hace algún tiempo, en TVE
se programó un documental, Frank Lloyd Wright, el arte de construir, que quiere ofrecer una visión integral del artista, la recomiendo para ver sus creaciones y conocer la parte de verdad que
existe en la novela. Disponemos de él en Youtube, está dividida en varias entregas, en las 5 primeras (cortas) se ofrece la primera parte, en la 6, la segunda parte del documental. ¡No os lo perdáis! El día 9 de abril hace 55 años que murió el arquitecto del s. XX que se consideró a si mismo el mejor de la historia. No tenemos la suerte
que tiene T. C. Boyle, de vivir en una casa hecha por Wright, pero podemos convertir la nuestra en un jardín lleno de las flores del alma y dedicársela al arquitecto que nos inspira.
Las estaciones de la vida
Roma Termini
El cine es movimiento. Es como un tren que se traslada de un punto a otro y va mostrando, en las pantallas de sus ventanillas, paisajes
y escenas. El cine y el tren son como la vida, están en movimiento, discurren, fluyen y, algunas veces, se paran en una estación en la que es preciso tomar una decisión, elegir una dirección, cambiar de rumbo. Las estaciones son esos lugares en los que se puede elegir un destino distinto al previsto, cambiando el billete, o seguir el camino seguro de lo ya
establecido. Son como esos momentos de la vida en los que vuelve a brillar el sol, nos sentimos más vivos, entrevemos la felicidad, la tocamos con la punta de los dedos, solo tenemos que tomar una determinación y puede ser nuestra. Pero la elección,
a pesar de esa evidencia, es tan difícil…, allí donde las nuevas ilusiones brillan y prometen la felicidad, la seguridad de la vida cotidiana nos asienta en un presente que no está tan mal, que conocemos, que es como una barca,
en un mar que imaginamos siempre en calma, que creemos saber tripular. Por otra parte están las personas que nos esperan en el lugar de destino, esas personas a las que no tenemos fuerza para defraudar, para decirles que hemos decidido viajar a otra
ciudad, que necesitamos cambiar de aires y provocar la sonrisa en otros labios. Dos películas muy hermosas, con imágenes en blanco y negro, plantean esta cuestión en dos lugares y momentos distintos. En Breve encuentro de David Lean (1945) un hombre y una mujer se encuentran por casualidad en una estación y viven una apasionada historia
de amor, pero no son capaces de cambiar el rumbo de sus vidas y hacer un trasbordo, aunque sienten como se enciende la pasión, se despiertan los sentidos y descubren la belleza de la vida. No tienen fuerza para dejar a sus parejas y plantear
las mudanzas a sus hijos. La guerra acaba de terminar, estos amores no garantizan la calma y la estabilidad que se espera después de una contienda que ha sacudido los cimientos de la cotidianidad. El escenario es una estación inglesa de
finales del s. XIX, símbolo de una sociedad que fue moderna pero que ahora teme plantearse grandes retos. Stazione termini
de Vittorio De Sica (1953) discurre en Roma ya en los años cincuenta, en una estación moderna que muestra las nuevas técnicas de la arquitectura civil. Es también una historia de amor entre dos personas que se conocen por
casualidad y se enamoran. Ella es americana, también es una ama de casa que debe tomar una gran decisión, volver al lado de su marido y su hija en America, a una sociedad más amable para las mujeres, o quedarse en Italia, un país
que encuentra atrasado, al lado de ese hombre que ha la hecho feliz por un instante. Las estaciones son
en ambas películas, más, mucho más, que el escenario de la acción, son símbolos cargados de contenido, son la metáfora de los tiempos, de las ilusiones, las rutinas y los miedos de unas gentes que viven su vida en
espacios compartidos con los demás, con los que están cerca, y son los lastres de la seguridad y la chispa de la felicidad, y esos otros que nos rodean, pasan, miran, juzgan y atan a la conformidad. Son el cosmos que rodea a los protagonistas.
Conozco un libro: La obra civil en el cine que reflexiona sobre el papel de las ciudades, las estaciones y los puentes en el cine, sus autores son Valentín J. Alejándrez,
Gorka Magallón, Ignacio Bisbal Grandal y Rubén Miguel Pereña. La recomiendo, es un buen complemento para convertir en personajes los soportes de las escenas, para saber escuchar lo que nos dicen los espacios que rodean a los actores.
Son estaciones, también, las salas de cine, con grandes pantallas, desde las que contemplamos la ficción y la realidad de la vida.
¿Tienes que elegir tren o llegaste a la estación termini?
Mi jardín
Cuando abrí la puerta de mi jardín dejé aplazada la tarea de explicar el porqué, el sentido, la intención y la vocación
de este lugar. La idea estaba clara, pero me resultaba difícil expresar, de una forma sencilla, lo que quería. Quería que
el jardín fuera una prolongación de mi misma, y a la vez, la materialización de mi visión de la naturaleza y de la cultura como entes indisolublemente unidos. Y que, las ramas, las hojas las flores, las silabas de las palabras
y las notas musicales expresasen esa sensación de plenitud y comunión. Ahora, con un libro de poesía de José
Corredor Matheos encuentro las palabras justas para expresar esa intención: Yo soy un pez, un pez que va por el jardín, tan libre como un árbol. yo soy también un árbol, que tiene sus raíces en el cielo, como un pájaro. Soy
un pájaro, un pájaro, y son míos los cielos las
aguas y la tierra. ¿Por qué, si soy un pez, un
pájaro y un árbol, la angustia de ser hombre hace
que todo me resulte, de pronto, tan extraño?
Buscaba un espacio de ilusión, un espacio para compartir, lanzar ideas, disfrutar convencida de que: Lo mejor está siempre por venir, pero
yo no lo espero. Qué claro se me hizo esta mañana,
al sorprender las gotas de rocío en unas hojas verdes que estaban esperándome. cuando esté ya muy lejos del jardín
sabré lo que he sentido en medio de la niebla
que se ha levantado y que lo cubre todo y todo lo revela. Mi intención era, y es, ir construyendo a solas este jardín,
para que se eleve y viaje en el ciberespacio encontrando lo que busco y hallando amigos para vivir juntos los placeres y las alegrías del jardín. Vas recorriendo
a solas el jardín, despacio y sin cuidados,
mientras el verso fluye entre la niebla y el asomo lejano de la luz. Todo lo que vas viendo te sorprende. ¿Qué
puedes esperar, más que lo inesperado? Qué las
hierbas que pisas son carne de tu carne. Que la luna saldrá
cuando tu se lo digas. qué no hay diferencias entre el jardín y tú. Caminas muy despacio, para que todo pueda sorprenderte. Y te vas alejando, tanto que, ya incapaz el
verso de seguirte se detiene. José
Corredor Matheos (1929), poeta y escritor de tratados de arte moderno, diseño y arquitectura, ha descrito y explicado su jardín dejando volar versos que dan sentido al mío. Gracias José Corredor Matheos por lanzar los versos
que yo recojo.
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